miércoles, 19 de octubre de 2011

El pensamiento libre

El ser humano aprende en la medida en que participa en el descubrimiento. Debe brindársele la libertad para opinar, para ensayar métodos y caminos, para explorar y hasta para equivocarse.
Un masòn no se caracterizará por no cometer errores, sino por que estará dispuesto a rectificar los cometidos; los hombres que no cometen errores o que tienen todo definitivamente resuelto son los dogmáticos.
Los masones abominamos del dogmatismo, pero a la hora de tratar con un dogma se deberá tener en cuenta un peligro que consiste en alinearse detrás de otro dogma para combatir el primero. No obstante, nuestro espíritu de libertad está abierto a todas las posibilidades, incluyendo los dogmas. Después de todo, somos hombres de carne y hueso y no estamos desposeídos de los vicios de los demás mortales; sólo intentamos un mayor dominio de la inteligencia, la práctica de la virtud y más espíritu crítico; pero esto sólo constituye una diferencia de grado no de esencia.
El hombre que decida pensar libremente, por lo general, estará, al principio, solo con sus ideas. Deberá poseer un valor herético, casi demencial. La vida del espíritu es un diálogo en el que la verdad va saliendo tortuosamente en una larga y complicada contraposición de opiniones, algo así como una continua tempestad de antinomias. La existencia es una conquista y su ritmo propio es la crisis. Las oportunidades de encontrar poderes más profundos dentro de nosotros aparecen cuando todo parece más difícil.
Todo paso adelante en la senda del conocimiento es fruto de un acto de valor, de dureza contra sí mismo y de propia depuración.
Finalmente, y esto no es un consejo sino una esperanza: Creo que la masonería ofrece un saber y una cultura que son al mismo tiempo una tradición y una renovación, de tal modo que una vez aprendida la primera, el masón podrá convertirse en un renovador.