Le
pregunté al Maestro sobre el silencio y me contestó:
Aprender
a mantener silencio respecto de lo que somos, sabemos, y hacemos es
condición necesaria para nuestro individual progreso filosófico y para el
adelanto de aquella parte de la Obra que especialmente nos está encomendada.
El iniciado se impone el deber de no hablar nunca de sí mismo, ni siquiera para
defenderse cuando sea acusado, pues todo lo que uno pueda decir de sí, nace de
la personalidad ilusoria. El Iniciado ha de brillar por su propia luz y no por
lo que se dirija exteriormente sobre su personalidad.