No somos sólo razón y,
como advierte oportunamente Aristóteles, no podríamos vivir según la razón sin
dar, al mismo tiempo, cierta satisfacción a las demandas del cuerpo y a las
pasiones del alma. La vida en general, incluida la del que quiere vivir según
la razón, precisa de bienes materiales suficientes para calmar el hambre, la
sed y el resto de las necesidades corporales. Pero, para llevar una vida
racional, es preciso, además, que hayamos aprendido a administrar
convenientemente nuestros deseos y nuestras pasiones, dándoles la satisfacción
"justa", sin pasarnos ni quedarnos cortos. En su respuesta a las
demandas del cuerpo y del alma, nuestra parte racional ha de encontrar un
equilibrio que consista en algo así como un "punto medio" entre el
exceso y el defecto. Frente a la cobardía y la temeridad, hemos de actuar con
valentía; frente al despilfarro y la tacañería, hemos de hacerlo con
generosidad; frente a la desvergüenza y la timidez, con modestia; frente a la
adulación y la mezquindad, con gentileza; etc.
Aristóteles identifica la
"virtud" (areté) con el "hábito" (héksis) de actuar según
el "justo término medio" entre dos actitudes extremas, a las cuales
denomina "vicios". De este modo, decimos que el hombre es virtuoso
cuando su voluntad ha adquirido el "hábito" de actuar
"rectamente", de acuerdo con un "justo término medio" que
evite tanto el exceso como el defecto.
Ahora bien, la actuación de acuerdo con
el "justo término medio" o conforme a la "virtud" requiere
de un cierto tipo de sabiduría práctica a la que Aristóteles llama
"prudencia" (phrónesis). Sin ésta, nuestra actuación se verá abocada
irremisiblemente al exceso o al defecto o, lo que es igual, al
"vicio".
El siguiente pasaje de la Ética a
Nicómaco recoge sintéticamente todos los puntos de la concepción de la virtud
aristotélica que acabamos de repasar:
"La virtud (areté) es un hábito [o
disposición adquirida] de la voluntad consistente en un termino medio en
relación con nosotros; [termino medio] que es determinado racionalmente por una
regla recta (órthos lógos), aquella por medio de la cual lo determinaría un
hombre dotado de sabiduría práctica" (phrónimos) (Ética a Nicómaco, II, 6,
1106b 3-6).
La idea contenida en la última frase de
este precioso pero difícil texto aproxima algo la ética aristotélica al
"intelectualismo moral" de Sócrates y Platón. También para
Aristóteles la sabiduría está en la base del comportamiento virtuoso. Para
Aristóteles, lo mismo que para Sócrates y Platón, la conducta moral tiene su fuente
última en el uso (práctico) de la razón. En cuestión de moral, es de nuevo la
razón la que tiene la última palabra. Es verdad que, según Aristóteles, lo que
todas las acciones del hombre persiguen es simplemente la felicidad, pero son
la razón y la sabiduría que ésta propicia las que nos indican lo que debemos
hacer para alcanzarla, que no es otra cosa -como hemos visto- que comportarnos
siempre conforme a la virtud o del modo más excelente. Pues, en efecto, para
Aristóteles, es mediante el ejercicio firme y continuado de la virtud (de la
virtud o la excelencia que le es propia) como el ser humano alcanza la
felicidad plena y perfecta.