Es en la Logia donde los masones
nos reunimos para conocer, discutir y dictaminar sobre los problemas de
interés, ya para la Fraternidad en general o para la Logia en particular; pero
la obra masónica sería muy pobre y sus fines fundamentales muy baladíes, si
todo nuestro trabajo quedara reducido a esa labor de Taller, y no cumpliéramos,
en nuestra vida social, con la misión honrosa y sublime que la condición de masón
nos impone.
Ser masón es el título más honroso
que puede ostentar el hombre. Él proclama de Oriente a Occidente, de Norte a
Sur, que el que lo posee es un hombre noble, bueno y honrado; que es buen
padre, buen hijo, buen esposo, buen amigo, buen ciudadano.
No hay otro título en el mundo de
mayor garantía personal.
Por la perseverancia en el trabajo
y la virtud en el ahorro, puede el hombre conquistar una posición económica
elevada, que le permita satisfacer sus gustos y caprichos.
Por la condición del linaje o
favores de los Gobernantes de turno, puede el hombre ostentar relumbrantes
títulos de nobleza y satisfacer su ego.
Por las luchas electorales o las
influencias políticas, puede el hombre escalar los principales puestos en las
Naciones y calmar sus aspiraciones de poder.
Por el asiduo estudio, puede llegar
a la posesión de títulos universitarios o académicos y convertirse en un
erudito intelectual.
Pero para ser masón no se llega sino
con la humildad y la perseverancia de hacer el bien, de profesar la fraternidad
como principio rector de la humanidad, de escoger la libertad y la igualdad
como paradigmas de vida, de la practica continua de elevadas virtudes morales y
sociales, sólo así se llega a las puertas del Templo de la Sabiduría que es la
representación del ingreso a la Masonería.
Para ser masón no basta el dinero,
aunque digan los materialistas que “es la palanca que mueve al mundo”; ni las
influencias personales; ni las grandezas de los hombres: es necesario, además,
y muy principalmente, las condiciones morales e intelectuales del hombre, que
son pasaporte de dignidad para recibir la luz espiritual.
¡Cuántos poderosos quisieran ser
masones!
¡Cuántos poderosos darían la mitad
de sus fortunas por ser miembros de la Fraternidad!
Y, sin embargo, las puertas de la
Logia, siempre se encontrarán cerradas para esos magnates de la suerte, efímeros
del racionalismo, discípulos del materialismo, que no reúnen las condiciones
exigidas por nuestro código, tan sólo, se abrirá, empero, animosa y
complaciente, para dar paso a seres humildes, si se quiere, pero que para
nosotros, que aquilatamos los méritos de los hombres rindiendo la intensidad de
luz de sus cerebros, la fuerza sentimental de sus corazones y la rectitud y
firmeza de sus conciencias, son más dignos y capaces de sentir y predicar los
sublimes ideales que abrazamos.
Es tan inmenso el prestigio de la
Masonería a través de la historia, que solamente la persiguieron aquellos que
no pudieron dejar en esa historia más que páginas de luto, escritas con sangre. Y la persiguieron los ambiciosos, los egoístas, los ignorantes, los
amantes de la falsedad y enemigos de la luz.
Ser masón, Hermanos es llevar consigo un salvoconducto de
honorabilidad.
Si algún orgullo nos es permitido
revelarse en nuestros corazones, es el de ostentar ese dulce nombre: el más
grande, respetado y honroso de los títulos: el que tiene el respeto y la
consideración del mundo entero. Llamarse masón es, más que la proclamación de
las bondades que se atesora, y que han sido reconocidas universalmente, el de declarar
el firme propósito de un hombre de transformar su personalidad para acercarse,
en lo posible, a la perfección.
Es tal el concepto que goza el
masón, no ya en el mundo profano consciente y razonable, sino entre los mismos
detractores y enemigos, que es fácil ver a éstos andar a caza de los defectos
mundanos que quedan pendientes de nosotros, para señalarlos con alborozo
satánico, y gritar: —¡Vedlo: y es masón!”.
¡Que elocuencia, queridos hermanos,
tienen esas palabras emanadas de los labios de nuestros gratuitos enemigos!
Ellas manifiestan, de manera concluyente, la perfección inherente que nos
reconocen.
Por eso, queridos Hermanos, la trascendental
obligación del buen Aprendiz, desde el instante en que recibe la Luz de
Oriente, es la de hacer visible al mundo profano la transformación que la Orden ejerce
en él, con su poderosa influencia educadora, la Institución Masónica; a cuyo fin debe
propender evitando discusiones fútiles, que enardecen muchas veces los ánimos
llevándolo a situaciones poco felices; dominando, con todo empeño y especial
interés, las pasiones que viven en el corazón humano para torturarle y
enloquecerle, conquistando, para provecho de él, de sus semejantes y de la fraternidad,
un carácter amable y atrayente; y adoptado, en fin, todos los medios que
considere necesarios para que resplandezca ante el mundo, no por lo que se
dice, sino por lo que se ve, la obra transformadora de la Masonería.
La vida del masón en sociedad debe
ser el reflejo de los principios fundamentales de la Institución a que
pertenece. Cuando entramos en la Masonería y
vamos estudiándola, y conociéndola, que es lo mismo que ir bañando nuestro
espíritu con sabias enseñanzas y saturando nuestra conciencia de plácido
bienestar, es cuando reconocemos la influencia bienhechora que ejerce esta
Institución sobre los Hombres, porque notamos la metamorfosis que sufren
nuestros pensamientos y nuestras acciones, sintiéndonos más preparados para
bregar entre los oleajes de las pasiones humanas y esquivar las miserias humanas
levantadas en forma de tempestades.
Llamamos la atención de nuestros
H:.H:. Aprendices, que consideramos preparados para juzgar y sentir nuestras
palabras, que el hombre es lo que quiere ser, y logra lo que se propone
alcanzar si no siente flaquezas y cobardías ante la magnitud de sus deberes y
la grandeza de su ideal. Fortalezcamos nuestras alas y no le tengamos miedo al
espacio infinito. Las cimas sólo las conquistan los que no tiemblan ante la
altura, ni se amedrentan ante los escollos del camino, ni se preocupan por el
tiempo que reclama la jornada.
El ideal, si vive fuerte y sano en
el corazón, debe ser manantial de entusiasmo, de alientos, de energías, de fe.
La obra no es de un día, pero la
vida masónica es eterna, o por lo menos, durará mientras dure la conquista de
su Objetivo.
La felicidad humana es el pináculo
de nuestras justas aspiraciones. Para ascender necesitamos de la acción.
¡Hermanos: guerra a la inercia!
Un día llegará en que sobre los
escombros de las miserias humanas, flotará triunfante la gloriosa bandera que
ostenta la significativa divisa de ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!
Entonces, como el célebre griego,
gritaremos;¡EUREKA!