miércoles, 19 de noviembre de 2014

DEBERES DEL APRENDIZ MASON EN LA VIDA SOCIAL

Es en la Logia donde los masones nos reunimos para conocer, discutir y dictaminar sobre los problemas de interés, ya para la Fraternidad en general o para la Logia en particular; pero la obra masónica sería muy pobre y sus fines fundamentales muy baladíes, si todo nuestro trabajo quedara reducido a esa labor de Taller, y no cumpliéramos, en nuestra vida social, con la misión honrosa y sublime que la condición de masón nos impone.
Ser masón es el título más honroso que puede ostentar el hombre. Él proclama de Oriente a Occidente, de Norte a Sur, que el que lo posee es un hombre noble, bueno y honrado; que es buen padre, buen hijo, buen esposo, buen amigo, buen ciudadano.
No hay otro título en el mundo de mayor garantía personal.
Por la perseverancia en el trabajo y la virtud en el ahorro, puede el hombre conquistar una posición económica elevada, que le permita satisfacer sus gustos y caprichos.
Por la condición del linaje o favores de los Gobernantes de turno, puede el hombre ostentar relumbrantes títulos de nobleza y satisfacer su ego.
Por las luchas electorales o las influencias políticas, puede el hombre escalar los principales puestos en las Naciones y calmar sus aspiraciones de poder.
Por el asiduo estudio, puede llegar a la posesión de títulos universitarios o académicos y convertirse en un erudito intelectual.
Pero para ser masón no se llega sino con la humildad y la perseverancia de hacer el bien, de profesar la fraternidad como principio rector de la humanidad, de escoger la libertad y la igualdad como paradigmas de vida, de la practica continua de elevadas virtudes morales y sociales, sólo así se llega a las puertas del Templo de la Sabiduría que es la representación del ingreso a la Masonería.
Para ser masón no basta el dinero, aunque digan los materialistas que “es la palanca que mueve al mundo”; ni las influencias personales; ni las grandezas de los hombres: es necesario, además, y muy principalmente, las condiciones morales e intelectuales del hombre, que son pasaporte de dignidad para recibir la luz espiritual.
¡Cuántos poderosos quisieran ser masones!
¡Cuántos poderosos darían la mitad de sus fortunas por ser miembros de la Fraternidad!
Y, sin embargo, las puertas de la Logia, siempre se encontrarán cerradas para esos magnates de la suerte, efímeros del racionalismo, discípulos del materialismo, que no reúnen las condiciones exigidas por nuestro código, tan sólo, se abrirá, empero, animosa y complaciente, para dar paso a seres humildes, si se quiere, pero que para nosotros, que aquilatamos los méritos de los hombres rindiendo la intensidad de luz de sus cerebros, la fuerza sentimental de sus corazones y la rectitud y firmeza de sus conciencias, son más dignos y capaces de sentir y predicar los sublimes ideales que abrazamos.
Es tan inmenso el prestigio de la Masonería a través de la historia, que solamente la persiguieron aquellos que no pudieron dejar en esa historia más que páginas de luto, escritas con sangre. Y la persiguieron los ambiciosos, los egoístas, los ignorantes, los amantes de la falsedad y enemigos de la luz.
Ser masón, Hermanos  es llevar consigo un salvoconducto de honorabilidad.
Si algún orgullo nos es permitido revelarse en nuestros corazones, es el de ostentar ese dulce nombre: el más grande, respetado y honroso de los títulos: el que tiene el respeto y la consideración del mundo entero. Llamarse masón es, más que la proclamación de las bondades que se atesora, y que han sido reconocidas universalmente, el de declarar el firme propósito de un hombre de transformar su personalidad para acercarse, en lo posible, a la perfección.
Es tal el concepto que goza el masón, no ya en el mundo profano consciente y razonable, sino entre los mismos detractores y enemigos, que es fácil ver a éstos andar a caza de los defectos mundanos que quedan pendientes de nosotros, para señalarlos con alborozo satánico, y gritar: —¡Vedlo: y es masón!”.
¡Que elocuencia, queridos hermanos, tienen esas palabras emanadas de los labios de nuestros gratuitos enemigos! Ellas manifiestan, de manera concluyente, la perfección inherente que nos reconocen.
Por eso, queridos Hermanos, la trascendental obligación del buen Aprendiz, desde el instante en que recibe la Luz de Oriente, es la de hacer visible al mundo profano la transformación que la Orden ejerce en él, con su poderosa influencia educadora, la Institución Masónica; a cuyo fin debe propender evitando discusiones fútiles, que enardecen muchas veces los ánimos llevándolo a situaciones poco felices; dominando, con todo empeño y especial interés, las pasiones que viven en el corazón humano para torturarle y enloquecerle, conquistando, para provecho de él, de sus semejantes y de la fraternidad, un carácter amable y atrayente; y adoptado, en fin, todos los medios que considere necesarios para que resplandezca ante el mundo, no por lo que se dice, sino por lo que se ve, la obra transformadora de la Masonería.
La vida del masón en sociedad debe ser el reflejo de los principios fundamentales de la Institución a que pertenece. Cuando entramos en la Masonería y vamos estudiándola, y conociéndola, que es lo mismo que ir bañando nuestro espíritu con sabias enseñanzas y saturando nuestra conciencia de plácido bienestar, es cuando reconocemos la influencia bienhechora que ejerce esta Institución sobre los Hombres, porque notamos la metamorfosis que sufren nuestros pensamientos y nuestras acciones, sintiéndonos más preparados para bregar entre los oleajes de las pasiones humanas y esquivar las miserias humanas levantadas en forma de tempestades.
Llamamos la atención de nuestros H:.H:. Aprendices, que consideramos preparados para juzgar y sentir nuestras palabras, que el hombre es lo que quiere ser, y logra lo que se propone alcanzar si no siente flaquezas y cobardías ante la magnitud de sus deberes y la grandeza de su ideal. Fortalezcamos nuestras alas y no le tengamos miedo al espacio infinito. Las cimas sólo las conquistan los que no tiemblan ante la altura, ni se amedrentan ante los escollos del camino, ni se preocupan por el tiempo que reclama la jornada.
El ideal, si vive fuerte y sano en el corazón, debe ser manantial de entusiasmo, de alientos, de energías, de fe.
La obra no es de un día, pero la vida masónica es eterna, o por lo menos, durará mientras dure la conquista de su Objetivo.
La felicidad humana es el pináculo de nuestras justas aspiraciones. Para ascender necesitamos de la acción.
¡Hermanos: guerra a la inercia!
Un día llegará en que sobre los escombros de las miserias humanas, flotará triunfante la gloriosa bandera que ostenta la significativa divisa de ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!
Entonces, como el célebre griego, gritaremos;¡EUREKA!