La Francmasonería no se dedica hoy día, a los trabajos materiales, pero
deriva de una confederación de picapedreros y arquitectos, cuyas ramificaciones
se extendieron en la Edad Media sobre toda la Europa occidental,
transmitiéndose el secreto de su arte. Esos constructores se conformaban con
los usos antiguos. Practicaban los ritos de los iniciados, que las leyendas
corporativas hacen remontar a la más remota antigüedad.
Debemos guardarnos de tomar a la letra estas tradiciones ingenuas. Tienen
mucho de mitológicas y a menudo un sentido alegórico. (Según una de estas
leyendas, Adán habría sido recibido Masón conforme a los ritos de la Orden del
Paraíso por el Padre Eterno). Es una manera de decir que la Francmasonería ha
existido siempre, si no realmente, por lo menos en estado latente, es decir,
que ella responde a una necesidad primordial del espíritu humano.
Pero es necesario reflexionar sobre la influencia ejercida primitivamente
por el arte de construir, para formarse una idea justa del rol civilizador que
las más antiguas asociaciones han jugado necesariamente.
Estas asociaciones se constituyeron, desde el momento en que la
Arquitectura se convirtió en un Arte. Fueron llamadas, sin duda, a construir
desde luego, los muros de las ciudades antiguas. Estas murallas de defensas,
construidas con piedras talladas, no han podido ser, sino obras de obreros
ejercitados y agrupados en tribus.
No han podido estar, estos artesanos, sino que asociados y esto por dos
razones: desde luego, porque, toda construcción importante, no puede ser obra
de individuos aislados, y en seguida, porque la práctica del arte de construir
exige una iniciación profesional.
Es entonces evidente, que, desde los tiempos más remotos, los Masones han
formado grupos corporativos y que, por la fuerza misma de las cosas, se han
dividido en aprendices, compañeros y maestros.
En cuanto a su misión civilizadora, se manifiesta bajo un doble punto de
vista: por una parte, las ciudades protegidas contra los asaltos de la
brutalidad, de la barbarie, por sólidas murallas, se convirtieron en centros de
las actividades, en asilos inviolables, reservados a a la fracción más
cultivada que las multitudes de fuera; por otro lado, los Masones dieron el ejemplo
de asociarse en vista de un trabajo común.
Puede, así, afinarse que la Arquitectura es la madre de toda
civilización, y es, ajusto título, que los antiguos Masones consideraban su
arte, como el primero y el más estimable de todos.
OSWALD WIRTH