martes, 11 de enero de 2011

"Somos dueños de nuestros silencios... y esclavos de nuestras palabras".


Presumimos a veces de sinceridad y de no callarnos ninguna... Pero no siempre es lo adecuado, a veces simplemente, no sabemos escuchar, otras... no interpretamos la voz del silencio interior. Muchas veces basta una mirada. Una mirada sostenida. Los ojos fijos en los ojos del otro, tratando de adivinar el significado de los brillos. De leer el futuro inmediato en el fondo de la pupila.... A veces quieres decir muchas cosas, pero no te inquietes, no te apresures, aguántate las ganas. Aprieta los labios, permite que las ideas circulen lentamente déjalas reposar, que se queden adentro, mientras se alarga el espacio entre las preguntas y las respuestas. Deja que los músculos se dibujen en el rostro. Espera una señal, fuerza la respiración. Piensa en lo que el otro piensa. Analiza, reflexiona, espera. La economía de las palabras... una virtud que no es exclusiva de los monjes de clausura. Hablar poco y decir mucho. Un juego que practican, los que tienen sabiduria. Los que entienden que no todas las dudas, merecen una frase. Que la solución no siempre llega, por abrir la boca. Si, ya se que quizas no estarás de acuerdo, pero... ¿Por qué decir todo lo que piensas sin meditar? ¿Por qué no mantener en reserva una parte de lo que piensas y poderlo expresar cuando estas ideas se han madurado? ¿Por qué no convertir en secreto, esos pensamientos que hacen su aparición sin previo aviso, al menos hasta que el tiempo los madure y los transforme en ideas mas duraderas?

"Somos dueños de nuestros silencios... y esclavos de nuestras palabras".

¿Por qué no entender, de una vez, que la boca jamás logrará ser tan rápida, como el cerebro? Y que no entender que no todo lo que cruza por la mente puede convertirse en palabras, ni lo merece? Y que también se puede hablar con el gesto, comunicarse y expresarse y que el silencio puede ser tan elocuente que a veces incluso grita a nuestros oidos? Se guarda silencio en los hospitales, en las salas de los sanatorios, en las sesiones de actos solemnes, en la consulta del médico. Se guarda silencio por pudor, por respeto, por dolor... por ese dolor incapaz de convertirse en llanto. O cuando el llanto se agota... y agota al que llora. El silencio de después del estruendo. Después de la agonía, del choque, del disparo. Habría que aprender a callar sin otro motivo que por propia voluntad. Callar para escuchar. Callar para mirar. Callar para aprender. Callar para callar. Callar, para convertir el silencio en un cómplice. para comprender que el silencio es el antifaz de los sonidos mas hermosos. Callar, para saber si el eco existe. Callar, porque no todo lo que conviene escuchar se dice privadamente al oído, con la intimidad de una confesión, con el acento de las grandes revelaciones. Habría que aprender a callar solo por hacerse amigo del silencio.