miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA MASONERÍA, ESCUELA DE ESCULTORES


En el libro Muchas Vidas, Muchos Sabios del psiquiatra Dr.Brian Weiss, encontramos una metáfora que define espiritualmente al hombre e intenta plantear, de alguna manera, su misión sobre la Tierra. Dice el autor: "Es como si dentro de cada persona se pudiera encontrar un gran diamante. Imaginemos un diamante de un palmo de longitud. Ese diamante tiene mil facetas, pero todas están cubiertas de polvo y brea. La misión de cada alma es limpiar cada una de esas facetas hasta que la superficie esté brillante y pueda reflejar un arco iris de colores"(1).
Para la Francmasonería la escala de operaciones del hombre en su paso por la Tierra es mucho mayor. Basta decir que el trabajo Masónico se fundamenta en símbolos. Por eso se habla del tallado de la piedra bruta, imagen del alma de aquel que busca el sendero de la perfección. No se trata simplemente de limpiar la piedra, como dice Brian Weiss, sino de esculpirla; de cincelarla; de extraer de ella la obra de arte que contiene intrínseca. Para este proceso, como escuela de escultores espirituales, la Masonería no hace uso de materiales blandos como las calizas; se prefieren las piedras resistentes y de buena calidad, las cuales son susceptibles de pulimento y aseguran una mayor durabilidad. La piedra de alta calidad es el hombre al que llamamos libre y de buenas costumbres, "condición preliminar que se pide al profano para ser admitido en nuestra Orden, condición necesaria de todo progreso moral como espiritual, de todo adelanto en el sendero de la Verdadera Luz, o sea de la Verdad y de la Virtud". Este planteamiento del R:.H:. Aldo Lavagnini hace alusión al hombre que al franquear las puertas de la Augusta Institución toma las herramientas del artista en sus manos y comienza el trabajo sobre sí mismo. Es decir, utilizando las herramientas del escultor, y mediante el trabajo autoconstructivo, testimonia una habilidad manual que ejerce en el terreno de lo artístico. Esta labor de tallar y pulir es producto de la acción que obedece a la inteligencia; es producto del esfuerzo y de la voluntad; y es producto al mismo tiempo de la disciplina y de una labor constante. Según esta apreciación, el hombre no es un ente acabado al estilo de un objeto de consumo. El hombre es un proyecto para desarrollarse. Ahora bien, en aras de la libertad absoluta de conciencia, inherente a la Masonería, si la persona estima que fue creada por el "Ser Perfecto", considere que fue Dios quien puso en él esa piedra para que la tallara y la siguiera puliendo a lo largo de su existencia. Si por el contrario la persona es partidaria de su linaje simiesco, entonces considere que necesita seguir evolucionando, es decir, esculpiendo y puliendo la piedra para distinguirse de los irracionales. La diferencia con los animales estriba en nuestro comportamiento. Dime cómo te comportas y te diré cuánto hombre eres. Pero lo más importante es saber que el hombre es una obra inconclusa. Es un ser con pretensión de hacerse y con posibilidad de terminar la elaboración de su propia existencia. De ahí que cada ser humano debe emprender el trabajo sobre sí mismo, entendiendo que es material de construcción y obrero al mismo tiempo. La ciencia, el arte y el humanismo que flamean en nuestros talleres orientarán esta tarea. La meta es alcanzar la perfección de la vida individual, en función de la vida colectiva. En esa aspiración a desarrollarse espiritualmente es donde radica la diferencia entre un hombre y otro. Las demás diferencias son artificiales. En el contexto de esta argumentación no se necesita ser muy perspicaz para comprender que el problema más importante que agobia al mundo se circunscribe al conflicto que lleva el hombre dentro de sí mismo. Es como si su vida se disputara entre dos fuerzas: la fuerza del mal y la fuerza del bien. El hombre se está debatiendo en su tránsito de un ser inferior a un ser superior. Se está debatiendo en su paso del animal, hacia un ser verdaderamente humano. En otras palabras, el hombre tiene que saltar del mundo de la corrupción y de las bajas pasiones, al mundo de la perfección, alcanzando el estadio de sujeto responsable, libre y de buenas costumbres, capaz de amarse y de amar a los demás. He ahí por qué el Aprendiz Masón trabaja simbólicamente con el cincel y el martillo, hasta darle a la piedra bruta su forma escultural. De esa manera, no es una casualidad que en el seno de la Masonería se hayan formado muchos de los valores más representativos de la especie humana. La razón está en que la Masonería glorifica el trabajo, fuente de todas las virtudes, y se regocija con los distintos aspectos de la actividad científica y artística, que son expresiones de la búsqueda incesante de la felicidad en este mundo y de la perpetua superación del homo sapiens.
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(1) WEISS, Brian L. Muchas vidas, Muchos Sabios. Javier Vergara Editor. Tercer Mundo Editores. Bogotá, Colombia, octubre de 1992. p. 212.


R:.H:. JOSÉ MORALES MANCHEGO