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Al
iniciaros en sus Misterios, la Francmasonería ha querido hacer de
vosotros hombres
escogidos, sabios o pensadores, elevándoos por sobre la masa de los seres que
en nada piensan. No
pensar, es consentir en ser dominado, conducido, dirigido y tratado comúnmente como
una bestia de carga. Es
por sus facultades intelectuales que el hombre se distingue del bruto. El pensamiento
lo vuelve libre, y le da el imperio del mundo. Pensar
es reinar.
Pero
el Pensador ha sido siempre una excepción. En
otro tiempo cuando el hombre tuvo ocasión de abandonarse al recogimiento, se perdió
en el sueño; en nuestros días, cae en un exceso contrario; la lucha por la vida
lo absorve, hasta el punto que no le queda
tiempo para meditar con calma y cultivar el Arte supremo del Pensar. Pues, este Arte,
llamado el Gran Arte, el Arte Real o el Arte por excelencia, le
corresponde a la Francmasonería el hacerlo revivir entre
nosotros.
La
intelectualidad humana no puede continuar debatiéndose entre dos enseñanzas que
excluyen la una y la otra el pensamiento: entre la Iglesia, basada en la
fe ciega; y las escuelas, que sentencian los dogmas de nuestras nuevas
creencias científicas.
Ahora
que todo conspira para evitar a nuestros contemporáneos la pena de pensar, es
indispensable que una institución poderosa haga revivir el estandarte de las tradiciones que
se olvidan.
Nos
faltan pensadores, y no es nuestra enseñanza universitaria la que puede formarlos. El
pensador no es el hombre que sabe mucho. No debe tener la memoria sobrecargada
de recuerdos embarazosos. Es un espíritu libre, que no tiene necesidad ni
de catequizar ni de adoctrinar. El
pensador se forma por sí solo, es hijo de sus obras. La
Francmasonería lo sabe, y evita
inculcarle dogmas. Contrariamente a las Religiones, no pretende estar en
posesión de la verdad. La Masonería no sólo se limita a ponerlo
en guardia contra los errores (el error), sino
que además se afana en que cada uno busque la Verdad, la
Justicia y la Belleza.
La
Francmasonería repudia la fraseología y las fórmulas, con las cuales los
espíritus vulgares
se enseñorean para engalanarse de todos los oropeles de un falso saber. Quiere obligar
a sus adeptos a pensar y da, en consecuencia, su enseñanza bajo el velo de las alegorías
y de los símbolos. Invita, asimismo, a reflexionar a fin de que se apliquen a comprender
y a descubrir.
Oswald Wirth – El Libro del Aprendiz