La Misa de Réquiem en re menor, K. 626, fue la última obra
de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) basada en los textos latinos para el
réquiem, es decir, el acto litúrgico católico celebrado tras el fallecimiento
de una persona; se trata de la decimonovena y última misa escrita por Mozart.
La obra ha tenido una existencia rodeada de misterio y controversia que no ha
cesado hasta hoy
El requiem de Mozart es una obra incompleta y por tanto,
existen algunas versiones con diferentes retoques y cambios, como las versiones
de Beyer, Maunder, Robbins Landon, Druce y Levin. La más famosa es la versión
de Süssmayr, revisada por Franz Beyer en 1972, que intenta recuperar la más
auténtica pureza mozartiana, aunque, tiene también sus críticos.
Mozart dejó completo la Introducción y había redactado gran
parte de los 5 primeros movimientos de la Secuencia (del Dies irae al
Confutatis), además de 8 compases del sexto movimiento, Lacrimosa. El Lacrimosa
es la parte final de la Sequentia Dies Irae.
Lleno de lágrimas será aquel día
En que resurgirá de sus cenizas
El hombre culpable para ser juzgado;
Por lo tanto, ¡Oh Dios!, ten misericordia de él.
Piadoso Señor Jesús,
Concédeles el descanso eterno. Amén.
Mozart murió mientras escribía la Lacrimosa (la escritura de
Mozart se interrumpe en el octavo compás), muchos caen en el gravísimo error de
atribuir la autoría de Mozart al cien por cien de cuanto antecede al Lacrimosa
y de atribuir a Süssmayr todo lo que sigue. En realidad, cualquiera que se
informe un poco sobre el tema concluirá que la participación de Süssmayr fue
mucho menor de lo que muchos, desde la ignorancia, suponen.
Aquí un fragmento de la carta que escribiera a su padre con
profunda inspiración masónica
“Ya que la muerte (considerando las cosas de cerca) es el
verdadero objetivo final de nuestra vida, desde hace unos pocos años me he
familiarizado tanto con esta verdadera y mejor amiga del hombre, que su imagen
no sólo ya no conserva para mí nada de aterrador, ¡sino que tiene mucho de
tranquilizador y consolador! Y doy gracias a mi Dios por la felicidad que me ha
concedido al proporcionarme la oportunidad (vos me entendéis) de reconocerla
como la llave de nuestra verdadera felicidad. No me voy nunca a la cama sin
pensar que (por joven que sea) quizá al día siguiente ya no estaré, y no
obstante, ninguna de las personas que me conocen podrá decir que en mi trato me
muestre malhumorado o triste, y por esta felicidad doy gracias a mi Creador, y
la deseo desde el fondo de mi corazón para cada uno de mis semejantes” .
(Fragmento de la última carta de Mozart dirigida a su padre
moribundo (1787). El “vos me entendéis” es una referencia velada a las ideas
masónicas compartidas por padre e hijo).