Desde muy pequeños hemos tenido
distintas maneras de indagar sobre lo que nos rodea: el tacto, el gusto y el
resto de los sentidos han sido los primeros mensajeros de nuestro entorno.
Luego descubrimos la forma –humana por excelencia– de descubrir el mundo y a
nosotros mismos: las preguntas. Estas nos han acompañado e impulsado a
descubrir la vida. ¿Quién no se ha preguntado, alguna vez, quién hizo este
mundo y para qué, si existe un destino, cuál es nuestra vocación, qué es el
amor, que es la muerte?
Esta necesidad fundamental de
preguntar y buscar respuestas es algo que caracteriza al ser humano desde que
apareció en la faz de la Tierra. De no haber tenido esa predisposición desde la
edad de las cavernas, el hombre no se hubiera atrevido a salir de su oscuro
refugio preguntándose: ¿qué hay más allá? Jamás se habría arriesgado a
investigar cuáles son los límites de la Tierra. Y es que cuando uno se
pregunta, recién inicia la maravillosa aventura de descubrir, cambiar y
avanzar.
El acto de preguntar nos saca de la
inercia, del automatismo diario, nos permite escapar de la mediocridad para
buscar el conocimiento que nos hace falta. Las preguntas son la expresión de
esa necesidad de retos que impulsan al ser humano hacia la acción; las
preguntas nos abren puertas interiores y exteriores para renovarnos y crecer
permanentemente.
Seguramente hemos notado que, de
entre las muchas preguntas que nos hacemos diariamente, hay unas que nos
asaltan cada cierto tiempo, preguntas como: ¿Quién soy realmente? ¿Existe el
destino o todo es casual? ¿En qué consiste la felicidad? ¿Cuál es el sentido de
mi vida?… Todos guardamos en nuestro interior ese tipo de preguntas porque todos somos, en alguna
medida, filósofos; buscamos cuestionar para entender.
Y si alguna vez tú, que lees este
artículo, pensaste que este tipo de preguntas no tienen respuesta, o que
atenderlas es “perder el tiempo”, detente un minuto. ¿Acaso no es útil conocer
cuál es la verdadera felicidad, para no confundirla? ¿Será útil conocer qué
sentido tiene la vida o es mejor vivir a ciegas, sin saber de dónde venimos, ni
a dónde vamos y finalmente, morir sin saber para qué existimos? Esas, tal vez,
deberían ser las preguntas más importantes de nuestra vida.
Aquellas preguntas fundamentales no
son otra cosa que la natural expresión de nuestro ser interior en busca de una
vida auténtica y plena.
¿Qué buscamos al dialogar? ¿Qué
buscamos al leer? Acaso no buscamos un “algo”, y aquello que vamos encontrando
acaso no serán hitos de un caminar y no verdades incólumes que aletargan
nuestro fundamento de humanidad? Si tú también te haces estas preguntas, te
invito a descubrir las respuestas que encontraron los hombres sabios y
filósofos de diversas culturas y civilizaciones, pero ante todo a ejercitar lo
filosófico, a hacer filosofía –no a estudiarla–, pues la filosofía, fundamentalmente,
se la entiende como una vía para acercarse a los misterios de la vida, el
hombre y el universo. Sirve, entonces, para conocerse mejor, entender por qué
suceden las cosas, descubrir el sentido de la existencia, reflexionar antes de
tomar decisiones, comprender mejor a los demás y, en suma, para potenciar en
nosotros aquellos valores interiores que nos permitirán atravesar con éxito las
pruebas de la vida.
Javier Hernandez
http://lapoleaurbana.blogspot.com.es/2013/06/preguntas-para-vivir.html