En la literatura Universal existen
personajes que por sus características, se han constituido en arquetipos
humanos cuya vigencia histórica y literaria es permanente. Es tal la fuerza de
su personalidad, que su “realidad” la percibimos como si de seres irreales se
tratase.
Don Quijote es uno de aquellos
personajes. Creado por la pluma de Don Miguel de Cervantes Saavedra, da vida a
la novela cuyo título original es “El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha”.
No pretendo pues en estas líneas
comentar las innegables y aclamadas cualidades de belleza y armonía de la obra
o la solidez de la estructura conceptual de la misma.
Mi pretensión es acercarme al
Quijote humano, al Quijote profundo, a aquel ingenioso hidalgo que página a
página, llena nuestra alma de romántico anhelo por dedicar la vida a un Ideal y
luchar y combatir por todo lo noble y todo lo bueno. ¿Dónde reside esa mágica
fuerza que nos llena de respeto y admiración por aquel que enloqueció leyendo
novelas de caballería y se lanzó a deshacer todo tipo de agravios y entuertos?
Todos aquellos personajes se
encuentran en nuestro inconciente, interactuando e impulsándonos desde nosotros
mismos o desde el entorno, a actuar y vivir según la manera como ellos son
movidos o conmovidos. Por ello, conforme avanzamos en la lectura de la novela,
mientras reímos con las divertidas complicaciones que se presentan, se va
levantando una secreta admiración por aquel hidalgo que vio transfigurada a una
humilde campesina en su Dama Dulcinea del Toboso. Y así vamos, poco a poco,
haciéndonos partidarios de Don Quijote, y sin darnos cuenta despertamos un
dormido idealismo con más y más fuerza, hasta que acabada la lectura deseamos
intensamente que el Caballero de los Espejos sea derrotado por nuestro héroe.
Porque ya para entonces hemos casi descubierto la espléndida vida del ingenioso
hidalgo y la triste existencia de los cuerdos, que pugnan por hacerle entrar en
razón, para que abandone esas locuras de Damas y Caballeros, y retorne a su
casa a llevar una vida apacible, lejos de las aventuras, de los riesgos, del
entusiasmo y todo motivo profundo de vivir y morir.
Este es el idealismo del Quijote aquel rasgo que le llevó a luchar por todo lo
justo y bueno en el mundo, a pesar de que dudaran de él las personas “cuerdas y
sanas” a su alrededor.
En psicología se conoce que el ser
humano posee un subconsciente en el cual duerme un potencial; se explica que
dicho potencial se expresa a través de arquetipos o valores que se pueden
despertar en la medida que cada uno los vaya descubriendo y los desarrolle.
Así, consideramos que el sentido
profundo metafórico con que Cervantes representó al Quijote fue para despertar
una de esas fuerzas dormidas en todos nosotros.
Si eres de aquellas personas que
rechazan la ausencia de valores de nuestro mundo; si eres de los que sienten el
dolor de los demás como propio y cuando has tratado de hacer algo por otros,
alguien cerca de ti te ha tratado de disuadir diciendo: “debes preocuparte de
cosas más importantes”, “te vas a morir de hambre si solo piensas en eso”…
entonces El Quijote está dirigido a ti.
Como Idealistas, en cambio, nos
rebelamos contra ello. Porque no es locura vivir por un Ideal, ni locura creer
en la existencia de Damas y Caballeros andantes o rendir culto al honor y luchar por la justicia defendiendo a los
pobres, a los necesitados y a los débiles.
“No es locura creer en Dios.”
“No es locura amar todo lo noble y
todo lo bueno.”
“No es locura enfrentarse con los
gigantes para convertirlos en molinos de viento.”
“No es locura en esta locura del
mundo de egoísmo y violencia ser idealista.”
“No es locura seguir la divina
enajenación de Don Quijote.”
“No es locura luchar
apasionadamente por la construcción de un mundo nuevo y mejor.”
Si eres idealista el Quijote
profundo está en ti.
Así Cervantes quiso trasmitirnos
que el mundo necesita idealistas que logren persistir en sus convicciones.
Aunque estemos en una Edad de Hierro, como decía el Quijote, solo se podrá mejorar
el mundo mediante la entrega de los idealistas que creen en que se puede volver
a reconstruir una Edad de Oro, si así se determinan a trabajar por ello.
El Quijote nos enseña a mantener
una fe inquebrantable en nuestros ideales. En nosotros está el valor para
superar el escepticismo de los tibios que nos rodean. Los “cuerdos” que
acarician la apacible comodidad de una vida “normal”, sin mayores riesgos ni
peligros, siempre tratarán de persuadirte… pero si despiertas al Quijote que
hay en ti, dedicarás tu vida a cultivar todo lo noble y justo y quizá así
alcanzar una verdadera felicidad, una paz interior.