Actualmente se utiliza como sinónimo de “discurso” o
“propuesta”, pero no es este su sentido original. El origen filosófico de "dialogo" se lo debemos a Sócrates, quien le dará el sentido de búsqueda de la
verdad o liberación del alma. Del griego “dia-logos”, diálogo significa el
encuentro entre dos logos o pensamientos que buscan alcanzar una idea mejor o
superior.
Hay verdadera “escucha”, pues va más allá de la
empatía o ponerse en el lugar del otro: hay concordia, “corazón con corazón”;
se escucha y se siente el “alma prisionera”, como diría Platón, tanto la propia
como la del otro; se intuye que en realidad no existe un tú ni un yo, sino un
“nosotros” porque todos los seres, visibles e invisibles, somos Uno. Es la vía
del lenguaje del alma y de la síntesis.
Para Ortega y Gasset esta característica del
“dia-logos” o encuentro de dos pensamientos, es la base del perfeccionamiento
continuo, de la amplitud de criterio y del aspecto social de la filosofía: la
filosofía es auténtica comunicación entre varias personas y perfeccionamiento
permanente de nuestra forma de pensar.
Para el filósofo y antropólogo Fernando Schwarz, “el
diálogo es la relación que se establece entre dos seres humanos que se
comunican a partir de ser dos conciencias que investigan y buscan una verdad
superior; se trata de compartir una presencia invisible a través de una
relación visible entre dos personas, porque la verdad `surge´ entre los que
están dialogando”.
A través del diálogo no se obliga a nadie y se
respeta la libertad del otro, es lo más opuesto al fanatismo. El diálogo busca
siempre lo universal, lo mejor para todos. Dice Jean Lacroix que “el diálogo es
el advenimiento de la filosofía, que es la no violencia”.
A pesar de que disponemos de los
más sofisticados instrumentos para la comunicación, seguimos comprobando que el
aislamiento y la soledad se manifiestan en nuestra sociedad de manera
constante, con sus desgarradores efectos de sufrimiento y dolor.
Para muchos seres humanos resulta
difícil y complicado relacionarse con los demás, de tal manera que resulta más
fácil soportar situaciones extremas que las tensiones que produce la
convivencia con los otros.
Sin embargo, las relaciones humanas
se encuentran en la base de nuestra realidad de manera fundamental. Por algo
Platón, dio a sus obras filosóficas la forma de
diálogos, para mostrarnos cuál es la vía esencial para acceder al conocimiento.
Llegar a ser filósofo, que es una aspiración que nosotros proponemos, requiere
el ejercicio del arte del diálogo, como medio principal que nos permita
acercarnos al viejo ideal de fraternidad universal que unifique a la humanidad
más allá de las diferencias de matices y haga realidad el sueño de la paz. De
alguna manera, ser filósofo significa aprender a dialogar, partiendo del
conocimiento de uno mismo y abriéndose humilde y generosamente a los otros.
El arte del diálogo requiere de
nosotros no solo que tengamos algo que decir y lo hagamos con claridad, sino
también que sepamos guardar silencio y escuchar, que son las dos condiciones
aparentemente opuestas que se armonizan en la civilizada transmisión de
pensamientos y emociones, que es la base de la comunicación humana.
Raras veces nos movemos en el campo del diálogo, que es el lenguaje del alma, pero sí podemos hablar menos y conversar mejor. Para ello necesitamos aprender a escuchar y a reflexionar sobre lo escuchado, para tener ideas propias y saber qué queremos decir. Es una regla básica de la mente: primero necesitamos saber qué queremos, después vendrá cómo lo exponemos. Pero… ¿sabemos REALMENTE lo que queremos?