viernes, 31 de octubre de 2014

El arte de dialogar

Actualmente se utiliza como sinónimo de “discurso” o “propuesta”, pero no es este su sentido original. El origen filosófico de "dialogo" se lo debemos a Sócrates, quien le dará el sentido de búsqueda de la verdad o liberación del alma. Del griego “dia-logos”, diálogo significa el encuentro entre dos logos o pensamientos que buscan alcanzar una idea mejor o superior.
Hay verdadera “escucha”, pues va más allá de la empatía o ponerse en el lugar del otro: hay concordia, “corazón con corazón”; se escucha y se siente el “alma prisionera”, como diría Platón, tanto la propia como la del otro; se intuye que en realidad no existe un tú ni un yo, sino un “nosotros” porque todos los seres, visibles e invisibles, somos Uno. Es la vía del lenguaje del alma y de la síntesis.
Para Ortega y Gasset esta característica del “dia-logos” o encuentro de dos pensamientos, es la base del perfeccionamiento continuo, de la amplitud de criterio y del aspecto social de la filosofía: la filosofía es auténtica comunicación entre varias personas y perfeccionamiento permanente de nuestra forma de pensar.
Para el filósofo y antropólogo Fernando Schwarz, “el diálogo es la relación que se establece entre dos seres humanos que se comunican a partir de ser dos conciencias que investigan y buscan una verdad superior; se trata de compartir una presencia invisible a través de una relación visible entre dos personas, porque la verdad `surge´ entre los que están dialogando”.
A través del diálogo no se obliga a nadie y se respeta la libertad del otro, es lo más opuesto al fanatismo. El diálogo busca siempre lo universal, lo mejor para todos. Dice Jean Lacroix que “el diálogo es el advenimiento de la filosofía, que es la no violencia”.
A pesar de que disponemos de los más sofisticados instrumentos para la comunicación, seguimos comprobando que el aislamiento y la soledad se manifiestan en nuestra sociedad de manera constante, con sus desgarradores efectos de sufrimiento y dolor.
Para muchos seres humanos resulta difícil y complicado relacionarse con los demás, de tal manera que resulta más fácil soportar situaciones extremas que las tensiones que produce la convivencia con los otros.
Sin embargo, las relaciones humanas se encuentran en la base de nuestra realidad de manera fundamental. Por algo Platón, dio a sus obras filosóficas la forma de diálogos, para mostrarnos cuál es la vía esencial para acceder al conocimiento. Llegar a ser filósofo, que es una aspiración que nosotros proponemos, requiere el ejercicio del arte del diálogo, como medio principal que nos permita acercarnos al viejo ideal de fraternidad universal que unifique a la humanidad más allá de las diferencias de matices y haga realidad el sueño de la paz. De alguna manera, ser filósofo significa aprender a dialogar, partiendo del conocimiento de uno mismo y abriéndose humilde y generosamente a los otros.
El arte del diálogo requiere de nosotros no solo que tengamos algo que decir y lo hagamos con claridad, sino también que sepamos guardar silencio y escuchar, que son las dos condiciones aparentemente opuestas que se armonizan en la civilizada transmisión de pensamientos y emociones, que es la base de la comunicación humana.
Raras veces nos movemos en el campo del diálogo, que es el lenguaje del alma, pero sí podemos hablar menos y conversar mejor. Para ello necesitamos aprender a escuchar y a reflexionar sobre lo escuchado, para tener ideas propias y saber qué queremos decir. Es una regla básica de la mente: primero necesitamos saber qué queremos, después vendrá cómo lo exponemos. Pero… ¿sabemos REALMENTE lo que queremos?