El centro del quehacer de la filosofía griega se desplazó de la periferia
colonial a la metrópoli durante la segunda mitad del siglo V a.C. hasta el
inicio de las guerras del Peloponeso. Atenas experimentó un periodo de paz y
prosperidad que sirvió de marco para el desarrollo de nuevas corrientes de
pensamiento. El interés por la explicación cosmológica de los fenómenos
naturales empobreció y fue sustituido por un enfoque humanista; el hombre,
entonces, pasó a ser el centro. Este especulación filosófica que hizo el cambio de
perspectiva tuvo su origen en la aparición de los sofistas, quienes
introdujeron la cuestión filosófica en la vida pública y la dotaron de un
sentido práctico. Sin embargo, fue Sócrates la figura más eminente en este periodo
decisivo para la consolidación definitiva de la filosofía como saber racional.
Sócrates adoptó el enfoque iniciado por los sofistas, es decir, el
interés exclusivo por los asuntos humanos frente a las especulaciones
cosmológicas tradicionales. Con toda seguridad, Sócrates dedicó parte de su
tiempo a dilucidar cuestiones físicas; sin embargo, fueron la ética y el lugar
del hombre en el mundo los exclusivos objetos de sus enseñanzas, hasta el punto
de estar considerado como el inventor de la ciencia moral. En palabras de
Cicerón, Sócrates “hizo bajar la filosofía desde el cielo, la estableció en las
ciudades, la introdujo en los hogares y la convirtió en instrumento necesario
para la investigación sobre la vida, la moral, el bien y el mal”.
La novedad del pensamiento socrático fue la afirmación del alma como
centro definido de la personalidad intelectual y moral del ser humano. Siendo
el objeto de Sócrates guiar a los hombres hacia el conocimiento interior, como
medio de obtener la verdad moral, única e inconfundible, y latente en todos
ellos. En esa alma, afirma el
pensamiento socrático, reside la virtud que permite al hombre obrar
correctamente y alcanzar la felicidad. Sin embargo, los hombres, por lo
general, la desconocen.
En consecuencia, la virtud consiste en conocer el bien; es lo opuesto a
la ignorancia. Las malas obras no son cometidas a conciencia, sino por
desconocimiento de la rectitud. Y Sócrates se autoproclama capaz de ayudar a
los hombres en esa búsqueda de la verdad moral. La visión socrática identifica
virtud y ciencia. En la ciencia (el conocimiento) lo que induce a obrar bien, y
la ignorancia la causa del delito moral, siendo acusado de un grave
intelectualismo.
Su idea de la virtud está recogida de modo más transparente en
término griego enkrateia, que significa
dominio del alma sobre el cuerpo, autoridad de la razón sobre los instintos. Es
este autodominio lo que otorga al hombre es libertad interior para desarrollar
su comportamiento virtuoso. Por tanto, la ciencia como fuente de virtud moral
no debe ser entendida como acumulación de conocimientos, sino en su acepción de
capacidad racional para imponerse sobre los impulsos corporales. De este modo,
el hombre que asimila la virtud se convierte en autosuficiente para alcanzar la
felicidad que, según la concepción de Sócrates, consiste en no sentir ninguna
necesidad de bienes materiales.