domingo, 10 de agosto de 2014

Una virtud olvidada: La Honestidad


Hablemos de una virtud olvidada: la honestidad.
Casi todos los ciudadanos critican, de forma vehemente, lo que califican como corrupción en el Gobierno y en diversas instituciones. Las imágenes televisivas y los periódicos apuntan ciudadanos que defraudaron los cofres públicos, de forma directa o indirecta.
Así, todos nosotros que leemos los periódicos, que miramos las imágenes televisivas, que creemos que es muy bueno que ese o aquel personaje, supuestamente deshonesto haya sido encarcelado, nos olvidamos de algo muy importante: la honestidad es una virtud rara en nuestros días.
Ocurre que, de tal forma nos acostumbramos a defraudar, a dañar, que ya no nos percatamos de lo que nosotros mismos hacemos.
Veamos algunos ejemplos. Actualmente ya no es raro que haya deshonestidad en el matrimonio. Por ejemplo, una relación extra conyugal. Por el motivo que sea, no hay disculpas.
Existe también la deshonestidad comercial, donde los comerciantes venden mercancías de calidad inferior como si fuesen de mejor calidad. Y aun negocian con la famosa rebaja especial para el cliente. Pero ellos saben que están engañando al comprador. Nada en contra del lucro en la actividad comercial. Sin embargo, todo en contra la explotación de cualquiera que compre de buena fe.
Y, ¿qué decir de la deshonestidad profesional? ¿Cuántos médicos, abogados, y hasta profesores dejan de actuar con honestidad en su profesión? Cuando el médico asiste a un paciente sin importarle éste, más preocupado en liberarse de una tarea que cree mal pagada; cuando el abogado pierde plazos legales, dejando de providenciar lo que debía y con eso perjudica a su cliente en la conclusión de la causa; cuando el abogado alarga determinadas acciones más allá de lo necesario, cobrando con regularidad sus honorarios mensuales; cuando el profesor no elabora las clases y engaña a los alumnos, padres y administración de la escuela, colegio o universidad, todo ello es deshonestidad. Cuando utilizamos el tiempo que nos paga la empresa pública o privada, para atender a nuestros asuntos particulares, telefoneando o conversando, somos deshonestos.
Cuando, todavía faltando 20 o 30 minutos para el término de la jornada, nos preparamos anteladamente y nos quedamos esperando la hora de salir, estamos defraudando a quien nos paga.
Pensemos: hoy son 20 o 30 minutos, pero, sumados a lo largo de 30 o 35 años de trabajo, ¿cuántos años habremos hurtado a nuestro empleador?
Y todo eso lo hacemos de manera sencilla y común todos los días. Como si fuera normal. Será que ya nos hemos acostumbrado?
Estamos justificando nuestro comportamiento  deshonesto, con la disculpa de que somos mal pagados, no reconocidos o porque "todo el mundo lo hace".
Pensemos en eso: analicemos nuestra manera de actuar en el mundo.
Analicemos cuán incorrectos estamos siendo, podemos llegar a ser deshonestos en el hogar, en la escuela, en la calle, en el trabajo, en la sociedad como un todo.
Corrijamos el paso mientras estamos a tiempo. Si los demás lo hacen, el problema es de ellos. No es nuestro. Seamos de los que hacen la diferencia. No hay que temer a aquellos que nos dicen que somos tontos. Tonto es el que piensa que está engañando a la propia consciencia, donde está escrita la Ley de Dios.
Reformulemos nuestras acciones y, reconozcamos nuestra debilidad,  a partir de ahora, hagamos un pacto solemne e irrestricto con la honestidad.