En el libro Muchas Vidas/Muchos
Sabios del psiquiatra Brian Weiss, encontramos una metáfora que define
espiritualmente al hombre e intenta plantear, de alguna manera, su misión sobre
la Tierra. Dice el autor: "Es como si dentro de cada persona se pudiera
encontrar un gran diamante. Imaginemos un diamante de un palmo de longitud. Ese
diamante tiene mil facetas, pero todas están cubiertas de polvo y brea. La
misión de cada alma es limpiar cada una de esas facetas hasta que la superficie
esté brillante y pueda reflejar un arco iris de colores"(1).
Para la Francmasonería la escala de
operaciones del hombre en su paso por la Tierra es mucho mayor. Basta decir que
el trabajo Masónico se fundamenta en símbolos. En este sentido, ya estamos en
el ámbito de lo poético. Por eso se habla del tallado de la piedra bruta,
imagen del alma de aquel que busca el sendero de la perfección. No se trata
simplemente de limpiar la piedra, como dice Brian Weiss, sino de esculpirla; de
cincelarla; de extraer de ella la obra de arte que contiene intrínseca. Para
este proceso, como escuela de escultores espirituales, la Masonería no hace uso
de materiales blandos como las calizas; se prefieren las piedras resistentes y
de buena calidad, las cuales son susceptibles de pulimento y aseguran una mayor
durabilidad. La piedra de alta calidad es el hombre al que llamamos libre y de
buenas costumbres, "condición preliminar que se pide al profano para ser
admitido en nuestra Orden, condición necesaria de todo progreso moral como
espiritual, de todo adelanto en el sendero de la Verdadera Luz, o sea de la
Verdad y de la Virtud". Este planteamiento de Aldo Lavagnini hace alusión
al hombre que al franquear las puertas de la Augusta Institución toma las
herramientas del artista en sus manos y comienza el trabajo sobre sí mismo. Es
decir, utilizando las herramientas del escultor, y mediante el trabajo
autoconstructivo, testimonia una habilidad manual que ejerce en el terreno de
lo artístico. Esta labor de tallar y pulir es producto de la acción que obedece
a la inteligencia; es producto del esfuerzo y de la voluntad; y es producto al
mismo tiempo de la disciplina y de una labor constante.
Según esta apreciación, el hombre
no es un ente acabado al estilo de un objeto de consumo. El hombre es un
proyecto para desarrollarse. Ahora bien, en aras de la libertad absoluta de
conciencia, inherente a la Masonería, si la persona estima que fue creada por
el "Ser Perfecto", considere que fue Dios quien puso en él esa piedra
para que la tallara y la siguiera puliendo a lo largo de su existencia. Si por
el contrario la persona es partidaria de su linaje simiesco, entonces considere
que necesita seguir evolucionando, es decir, esculpiendo y puliendo la piedra
para distinguirse de los irracionales. La diferencia con los animales estriba
en nuestro comportamiento.
Dime cómo te comportas y te diré cuánto hombre eres.
Pero lo más importante es saber que
el hombre es una obra inconclusa. Es un ser con pretensión de hacerse y con
posibilidad de terminar la elaboración de su propia existencia. De ahí que cada
ser humano debe emprender el trabajo sobre sí mismo, entendiendo que es
material de construcción y obrero al mismo tiempo. La ciencia, el arte y el
humanismo que flamean en nuestros talleres orientarán esta tarea. La meta es
alcanzar la perfección de la vida individual, en función de la vida colectiva.
En esa aspiración a desarrollarse espiritualmente es donde radica la diferencia
entre un hombre y otro. Las demás diferencias son artificiales.
En el contexto de esta
argumentación no se necesita ser muy perspicaz para comprender que el problema
más importante que agobia al mundo se circunscribe al conflicto que lleva el
hombre dentro de sí mismo. Es como si su vida se disputara entre dos fuerzas:
la fuerza del mal y la fuerza del bien. El hombre se está debatiendo en su
tránsito de un ser inferior a un ser superior. Se está debatiendo en su paso
del animal, hacia un ser verdaderamente humano. En otras palabras, el hombre
tiene que saltar del mundo de la corrupción y de las bajas pasiones, al mundo
de la perfección, alcanzando el estadio de sujeto responsable, libre y de buenas
costumbres, capaz de amarse y de amar a los demás.
He ahí por qué el Aprendiz Masón
trabaja simbólicamente con el cincel y el martillo, hasta darle a la piedra
bruta su forma escultural. De esa manera, no es una casualidad que en el seno
de la Masonería se hayan formado muchos de los valores más representativos de
la especie humana. La razón está en que la Masonería glorifica el trabajo,
fuente de todas las virtudes, y se regocija con los distintos aspectos de la
actividad científica y artística, que son expresiones de la búsqueda incesante
de la felicidad en este mundo y de la perpetua superación del homo sapiens.
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(1) WEISS, Brian L. Muchas vidas,
Muchos Sabios. Javier Vergara Editor. Tercer Mundo Editores. Bogotá, Colombia,
octubre de 1992. p. 212.
R:.H:.JOSÉ MORALES
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