miércoles, 14 de marzo de 2012

Busco un hombre honesto

“Vestido de una túnica raída y sucia, andaba como vagabundo por las calles angostas de la ciudad. Mientras caminaba, su cabello blanco y su barba abundante y blanca reflejaban los rayos del sol de aquella mañana. Aunque era un día soleado, él llevaba una antorcha encendida en sus manos, mientras caminaba con esfuerzo abriéndose paso por en medio de una muchedumbre que caminaba en toda dirección.
Dirigiéndose al mercado, bullicioso y aglomerado, se acercó a un hombre tras otro, alzando su antorcha en dirección a sus rostros, examinando cuidadosamente cada línea de sus semblantes. En medio de los estrépitos de los caballos y de los gritos de los vendedores que ofrecían sus mercancías, los espectadores trataron con cuidado con este hombre raro y enloquecido.
“Tú, loco, ¿qué haces aquí?,” alguien de entre el gentío allí reunido le gritó sarcásticamente.
“Mi nombre es Diógenes,” respondió apresuradamente, “y estoy buscando a un hombre honesto.”
Diógenes nació en Sínope, hacia el 412 a. C. y murió en Corinto en el 323 a. C
Recordemos que Diógenes era un filósofo, por ende se dedicaba a la búsqueda de la verdad, pero eso no es algo fácil.
Encontrar a una sola persona honesta es una de las tareas más difícil, esto se refleja simbólicamente en el uso de la antorcha o lámpara para iluminar el rostro de estas personas, aunque lo tildaron de loco el quería llevar un mensaje mas allá de lo que muchos pueden entender, ya que la luz del día no es suficiente para examinar el alma de las personas y conocer lo que verdaderamente somos por dentro.
La honestidad no es simplemente respetar las pertenencias de los demás, la honestidad va más allá de eso, podríamos hablar sobre honestidad espiritual, eso que no se ve a simple vista, lo que solamente nosotros, nuestra alma y nuestra conciencia conocen.