miércoles, 17 de agosto de 2011

Alcanzar la cima: cambio y desarrollo personal


Cuando volteamos la mirada y contemplamos nuestro entorno salta a la vista algo: los seres vivos se desarrollan en la adversidad, más aún, la necesitan. Es en el esfuerzo donde las energías se adquieren, el cuerpo se fortalece, el ser vivo se desarrolla y la vitalidad se manifiesta. En cambio, donde las cosas suceden con facilidad, no hay que realizar esfuerzo alguno, la debilidad dispersa las energías, el cuerpo decae, el ser vivo se atrofia y la languidez apaga paulatinamente la luz de la vida.
La vida se hace de continuas cimas por conquistar. La primera cima nos es dada, es el ser mismo como algo recibido, que no se puede adquirir, ya se le posee como un don. Sin embargo, en adelante, el desarrollo no es un simple don sino el fruto de un triunfo, del propio esfuerzo.
La primera cima por alcanzar en la propia vida es el desarrollo de una sana autonomía. Ser dueño de las propias decisiones movidos no por los impulsos sino por la ponderación razonable de los motivos para actuar. Todo comienza por proporcionarle al niño la consciencia y el respeto sin excepciones de reglas que rijan su propio actuar. Aquel niño que crece sin saber cuáles son los límites entre lo permitido y lo prohibido, crecerá sin haber alcanzado la propia autonomía, pese a lo que podría creerse, porque nunca ejercerá dominio alguno sobre sí.
A la inversa, también implica un combate interior por lograr ser autónomo ahí donde ha habido un rigorismo extremo con reglas excesivas que han inhibido cualquier iniciativa personal. Implica arriesgarse a romper con hábitos y normas que van mucho más allá de los principios para prescribir conductas que, a menudo, no se sabe ya cuál es su razón de ser. Una “educación” rigorista prohíbe cosas tan naturales como la vida social, una sana diversión, el baile, la convivencia, pasear por las playas,… o cosas semejantes, en ocasiones nos obstaculiza o esclaviza con un “no obres” donde ya no se sabe porqué no. Lograr la autonomía en un contexto así, es difícil porque no se sabe cómo actuar y, para algunos, en la confusión puede llevarlos al opuesto en un exceso de permisión donde ahora todo se vale.
Una segunda cima por escalar es el descubrimiento de los demás. Abrir el propio ser a las necesidades de los otros, pensar en ellos antes que en sí mismos, es una tarea que puede tomar toda la vida. Hoy por hoy, la mayoría de los problemas sociales que hoy enfrentamos son fruto de la indiferencia ante los requerimientos que la vida de los otros, con los que convivimos nos hace cotidianamente. Aunado además a esa actitud egoísta de pensar, de mirar sólo por sí mismos.
Una tercera cima que debiera ser objeto de nuestros esfuerzos, es la cima espiritual. Reconocer en sí mismo una espiritualidad manifiesta en la cultura, en los valores, en la moral, en los ideales, en el reconocimiento de un principio Absoluto, en el reconocimiento de que no soy yo quien mide, quien determina la realidad de las cosas, sino que en definitiva soy medido. Como diría Octavio Paz, en la consciencia de que “Alguien me deletrea”.
De estas tres cimas surgen una infinidad de elevadas cumbres personales que hay que ascender combatiendo, quizá más contra los límites personales que a menudo nos auto imponemos, que frente a los limitantes externos. Cimas tales como el desarrollo profesional, económico, de liderazgo, de servicio, de donación personal, de caballerosidad, de superación de vicios, de generosidad, de honorabilidad, de compromiso, de responsabilidad, de cultivo personal, de iniciativa, de pensamiento, de carácter, de personalidad.
Cada uno de nosotros sabe cuáles son las cimas que debe escalar, la pregunta no es si puedes, sino más bien si estás dispuesto a esforzarte por ascender o vas a quedarte ahí contemplando y lamentándote que otros si pueden pero tú no. El riesgo que hay que enfrentar es el cambio. El desafío es compartido por todos, la respuesta pertenece a cada quien. ¿Estamos dispuestos a superarlo?