viernes, 25 de noviembre de 2011

EL MASON ANTE SU ENTORNO SOCIAL

Para definir al masón de hoy, partiré de aquél que asiste a una logia en donde se busca conformar al hombre de hoy y de mañana, y en donde la energía motora que mueve las grandes obras humanas, circula por la aportación de hombre libres y de buenas costumbres, que buscan practicar la hermandad y el cambio hacia el progreso humano y espiritual de quienes les rodean.
Al definirlo así, de paso estoy dando elementos para entender a ese gran prisma que es la Masonería, la cual, al igual que un diamante, cada uno de sus miembros la observa y busca desde cada una de sus múltiples caras, así entonces, estoy hablando de un crisol donde se mezclan los caracteres y criterios más disimbolos, lográndose de esto las aleaciones que un mundo como el actual, requiere para satisfacer la creciente necesidad de líderes.
Los masones de hoy, como los de siempre, somos hombres de carne y hueso, que respiramos y que tenemos un gran cúmulo de defectos y de virtudes y precisamente es la fuerza de voluntad para devastar esas imperfecciones y multiplicar el efecto bienhechor de sus cualidades, lo que siempre ha distinguido a este género de hombres por sobre los demás.
El masón moderno es un hombre comprometido con su época, no importa la posición social, ni el lugar en donde se encuentre, ya sea desde una oficina, una fabrica, una escuela, un barco, un campo de cultivo, una patrulla o un mostrador, el busca con su ejemplo que virtudes como la fraternidad, la justicia, la honradez, el trabajo, el estudio, el orden, la verdad, reinen entre quienes le rodean.
Es cierto y estimulante saber que en nuestra Orden han habido hermanos que con sus obras han ayudado al progreso de la humanidad, de ellos hay que imitar su entereza, su perseverancia, su valor para enfrentar su posición e ideales ante sus detractores. A ellos debemos tenerlos como ejemplo perenne de lo que podemos llegar a ser, pero también hay que recordar que entre nosotros han habido quienes han frenado ese progreso, de ellos en lugar de avergonzarnos y ocultarlos en lo más recóndito de nuestra memoria histórica, debemos conocer sus obras y analizar sus errores, eso también es valiosa enseñanza, pues nos enseñan a conocer caminos erróneos que hay que tratar de evitar.
Y ya hablando del presente, cuantos de nosotros no nos hemos quejado alguna vez de esos hermanos que dentro de nuestra organización han extraviado sus instrumentos de trabajo y lejos de comprenderlo arremeten contra el bienestar interno del bien común sin darse con ello cuenta que están destruyendo lo que dicen amar, de ellos también debemos aprender para nunca ser así.
Aquí de nueva cuenta surge al tema ese potente juez interior que debe guiar la orden del masón y que es la conciencia, definida ésta como la capacidad intuitiva, sujeta a desarrollo y perfección por medio del raciocinio y la experiencia, que nos permite conocer el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar para conservación del individuo y de la especie humana.
Nuestros principios establecen que los masones se reconocen entre sí como hermanos dondequiera que se encuentren. Sin embargo, más importante es que los demás puedan reconocernos como seres más evolucionados tanto intelectual como moralmente en la sociedad. Es decir, que se nos reconozca como seres que aman la verdad y la justicia y que se mantienen en una posición de avanzada en el proceso evolutivo e integrador de la persona en la vida diaria. Los masones hemos de ser una diversidad que, en general, resulta difícil: respetuosos de la opinión ajena, defensores de la libertad de expresión, ansiosos de unir a todos los hombres en la práctica de una moral universal que promueva la paz y el entendimiento, mientras se eliminan los prejuicios de toda índole. Para lograrlo, es necesario mucho esfuerzo personal de cada miembro de la Orden, porque el camino por seguir va a ser, sin duda, sólo aquél que nuestra comprensión y esfuerzo sea capaz de trazar.