El trabajo espiritual de un masón radica en cambiarse a sí mismo para lograr su perfección interior. Este trabajo no es autónomo, ni heterónomo, pues siempre requiere de la ayuda de Dios, Gran Arquitecto del Universo.
Un cuento judío lo expresa así:
Se cuenta que en el cementerio del pueblo, en la lápida (matzeva) de un judío local estaba escrito así:
"Decidí que iba a hacer todo para cambiar al mundo, pero...no lo logré.
Entonces, decidí que iba a hacer todo para cambiar a mi país, pero...no lo logré.
Entonces, decidí que iba a hacer todo para cambiar a mi ciudad, pero...no lo logré.
Entonces, decidí que iba a hacer todo para cambiar a mi vecindario, pero...no lo logré.
Entonces, pensé que iba a hacer todo para cambiar a mi familia, pero...no lo logré.
Finalmente, decidí que iba a hacer todo para ¡cambiarme a mi mismo!
Y fue ahí que me di cuenta que si hubiera comenzado por eso, por cambiarme a mi mismo, quizás SI hubiera podido cambiar a mi familia, a mi vecindario, a mi ciudad, a mi país y al mundo.
No importa si esa lápida existe o no, pero el contenido sigue válido, dijo el Rabino, y significa que si queremos mejorar lo que nos rodea, debemos comenzar a cambiarnos, a mejorarnos, a enriquecernos espiritualmente a nosotros mismo.”
El mundo es como somos nosotros; si queremos cambiar el mundo, primero debemos cambiar nosotros mismos.