lunes, 8 de junio de 2015

El espíritu de Epícteto


¿Cómo puedo vivir una vida feliz, realizada? ¿Cómo puedo ser una persona buena? Responder a estas dos preguntas fue la única pasión de Epícteto, el influyente filósofo estoico nacido en la esclavitud cerca del año 55 d.C., en Hierápolis, Frigia, en los extremos orientales del Imperio Romano.
Sus enseñanzas, cuando las despojamos de sus antiguos ornamentos culturales, poseen una extraordinaria pertinencia para nuestra época. En ocasiones, su filosofía suena como lo mejor de la psicología contemporánea, y algo como la “Oración de la serenidad”, que recitan los alcohólicos y que caracteriza la etapa de la recuperación: “Concédeme la serenidad de aceptar lo que no puedo cambiar, el valor de cambiar lo que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”, podría incluirse sin dificultad aquí. En efecto, es posible que el pensamiento de Epícteto sea una de las fuentes de inspiración de la moderna psicología de la realización personal, puesto que sus enseñanzas han ejercido una enorme influencia sobre los principales pensadores del arte de vivir durante casi dos milenios (aunque su pensamiento es menos conocido hoy en día, debido a la menor importancia que se le concede a la educación clásica).
No obstante, en algunos aspectos importantes Epícteto es muy tradicional y poco contemporáneo. Mientras que nuestra sociedad – en la práctica, si no siempre de manera explícita – considera los logros profesionales, la riqueza, el poder y la fama como algo deseable y admirable, Epícteto consideraba tales cosas como algo insignificante y ajeno a la verdadera felicidad. Lo que importa, en realidad, es en qué tipo de persona nos convertimos y qué tipo de vida llevamos.
Para Epícteto, una vida feliz y una vida virtuosa son una y la misma cosa. La felicidad y la realización personal son consecuencias naturales de hacer lo correcto. 
Para Epícteto la noción de la vida buena no consiste en seguir una lista de preceptos, sino más bien en armonizar nuestros actos y deseos con la naturaleza. Su objetivo no es realizar obras buenas para ganar el favor de los dioses y la admiración de los demás, sino alcanzar la serenidad interior, y con ella, una libertad personal perdurable. La bondad es una empresa de iguales oportunidades, disponible para cualquiera en cualquier momento: rico o pobre, culto o ignorante; y no el dominio exclusivo de los “profesionales de la espiritualidad”, tales como monjes, santos o ascetas.
Epícteto propuso una concepción de virtud sencilla, corriente y cotidiana en su expresión.  Privilegió una vida de constante obediencia a la voluntad divina, por encima de un despliegue extraordinario, conspicuo o heroico de la bondad.
La fórmula de Epícteto para llevar una vida buena se centra en tres temas principales: el dominio de los deseos, el cumplimiento del deber  y el aprendizaje de una clara manera de pensar con relación a nosotros mismos y a nuestras relaciones dentro de la gran comunidad de la humanidad.