¿Cómo puedo vivir una vida feliz,
realizada? ¿Cómo puedo ser una persona buena? Responder a estas dos preguntas
fue la única pasión de Epícteto, el influyente filósofo estoico nacido en la
esclavitud cerca del año 55 d.C., en Hierápolis, Frigia, en los extremos
orientales del Imperio Romano.
Sus enseñanzas, cuando las
despojamos de sus antiguos ornamentos culturales, poseen una extraordinaria
pertinencia para nuestra época. En ocasiones, su filosofía suena como lo mejor
de la psicología contemporánea, y algo como la “Oración de la serenidad”, que
recitan los alcohólicos y que caracteriza la etapa de la recuperación:
“Concédeme la serenidad de aceptar lo que no puedo cambiar, el valor de cambiar
lo que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”, podría
incluirse sin dificultad aquí. En efecto, es posible que el pensamiento de
Epícteto sea una de las fuentes de inspiración de la moderna psicología de la realización
personal, puesto que sus enseñanzas han ejercido una enorme influencia sobre
los principales pensadores del arte de vivir durante casi dos milenios (aunque
su pensamiento es menos conocido hoy en día, debido a la menor importancia que
se le concede a la educación clásica).
No obstante, en algunos aspectos
importantes Epícteto es muy tradicional y poco contemporáneo. Mientras que
nuestra sociedad – en la práctica, si no siempre de manera explícita –
considera los logros profesionales, la riqueza, el poder y la fama como algo
deseable y admirable, Epícteto consideraba tales cosas como algo insignificante
y ajeno a la verdadera felicidad. Lo que importa, en realidad, es en qué tipo
de persona nos convertimos y qué tipo de vida llevamos.
Para Epícteto, una vida feliz y una
vida virtuosa son una y la misma cosa. La felicidad y la realización personal
son consecuencias naturales de hacer lo correcto.
Para Epícteto la noción de la vida
buena no consiste en seguir una lista de preceptos, sino más bien en armonizar
nuestros actos y deseos con la naturaleza. Su objetivo no es realizar obras buenas para ganar el favor de los
dioses y la admiración de los demás, sino alcanzar la serenidad interior, y con
ella, una libertad personal perdurable. La bondad es una empresa de iguales
oportunidades, disponible para cualquiera en cualquier momento: rico o pobre,
culto o ignorante; y no el dominio exclusivo de los “profesionales de la
espiritualidad”, tales como monjes, santos o ascetas.
Epícteto propuso una concepción de
virtud sencilla, corriente y cotidiana en su expresión. Privilegió una vida de constante obediencia a
la voluntad divina, por encima de un despliegue extraordinario, conspicuo o
heroico de la bondad.
La fórmula de Epícteto para llevar
una vida buena se centra en tres temas principales: el dominio de los deseos,
el cumplimiento del deber y el
aprendizaje de una clara manera de pensar con relación a nosotros mismos y a
nuestras relaciones dentro de la gran comunidad de la humanidad.