¿Qué hace un filósofo?
- Pensar.
Esta respuesta, casi evidente, casi mecánica, ha ido interiorizándose a
lo largo de los siglos en la mentalidad occidental, hasta acabar ocultando tras
su aparente simplicidad y precisión la profundidad que anida en esa diversa y
siempre renovada experiencia que ha encontrado el ser humano en la filosofía
desde su nacimiento hace más de dos milenios.
Desplazada del trono del conocimiento por una ciencia más y más
especializada, la filosofía ocupa hoy un espacio marginal en nuestras modernas
sociedades de consumo, en las que no hay lugar para actividades improductivas.
La optimización, la eficiencia, la búsqueda de la excelencia competitiva o del
máximo beneficio, afanes repetidos como un mantra que nadie parece dispuesto a
cuestionar, nos han convencido de que el télos más específicamente humano es la
economía, diosa cruel y despiadada de un tiempo sin dioses, que engulle
insaciable toda existencia individual.
¿Es la filosofía improductiva? Tal vez, desde un punto de vista
mercantil. Sin embargo, cuando los gurús de la tecnocracia recitan sus idearios
adormecedores, ocultan tras su perversa ambición la más profunda ignorancia,
pues nada hay más enriquecedor que la filosofía, nada más práctico.
“En efecto, voy por todas partes sin
hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni
de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto afán, a fin de
que ésta sea lo mejor posible diciéndoos: ‘No sale de las riquezas la virtud
para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes,
tanto los privados como los públicos.’”
Apología de Sócrates, Platón.
Ahora nos re-preguntamos ¿Qué hace un filósofo?
- Crear nuevas formas de vivir.