miércoles, 27 de agosto de 2014

LA MASONERÍA Y SU ENTORNO, HOY


Uno se pregunta: ¿no es acaso la masonería la escue­la del libre pensamiento, esa carga de nuestra especie por haber probado del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que sigue siendo el condicionante de la dualidad de seres en que está dividida la raza humana? Lo destacó con tanta clarividencia P. Krislmamurti, citado por Lavagnini, cuan­do se refiere a la obra del hindú como a un "librito áureo”: "sólo hay dos clases de personas, los que saben y los igno­rantes" y esta división se cumple de manera infalible ante nuestros ojos. Basta tomarse algo de tiempo y nutrirse de paciencia, para apreciar esta premisa en la actuación de las personas en general, en su diario vivir y en los auto titulados masones en particular.
No pretendo ser un iluminado, mucho menos me mue­ve la vanidad de considerarme un iniciado. Me conformo con ser lo que soy: un entusiasta buscador del sentido iniciático de la masonería, que en ese proceso de inves­tigación descubrió muchos secretos y se acercó a algunos Aug:. Mis:., conoció con bastante profundidad el alma hu­mana y vio que los masones -iniciados simbólicos cuando mucho-, no se diferencian demasiado de aquellos profa­nos que eran cuando llamaron por primera vez a la puerta del Templo.
Y creo poder afirmar, con poco margen de error, que a esta edad y si la salud me acompaña -o en tanto me acom­pañe, debería decir con más propiedad-, la vida promete numerosas satisfacciones y sorpresas, después de dar los dos primeros pasos que lo acercan a uno a la iniciación real y en cuyo proceso se me acortó el tiempo disponible por­que a mí no me convence la posibilidad de un renacimien­to, ni en la reencar­nación, que en tantas lecturas interesantes me plantearon aquellos teósofos y orientalistas que enseñan esas cosas y a los que durante mucho tiempo leí con interés y entusias­mo.
No, para mí es más que satisfactorio el poder escribir estas líneas, despreocupado de mi propia transcendencia. Creo haber recorrido todo el camino, alternando entre la posibilidad de una transcendencia espiritual y la simple aniquilación de la materia, el barro del que estamos he­chos todos y que tan bien y claramente nos describe ese libro sabio muchas veces, mítico las más de ellas, pero siempre interesante en el océano de conjeturas en que lo sumerge a un lector atento, como es la Biblia. Y me re­fiero a ella porque pertenezco a una cultura que basa sus conceptos en la Biblia, pese a que su interpretación ofrece una variada gama de posibilidades, que al menos ahora, no viene al caso analizar.
Señala Arthur E. Powell, en su libro La magia de la francmasonería que:
Todo el que siente los ideales de la Francmasonería se debe haber preguntado alguna vez por qué esta Orden le atrae, y qué es lo que en ella le retiene. En realidad somos muchos los que nos hacemos esa pregunta continuamente, y formulamos respuestas que no afectan más que a los bordes del problema, porque siempre hay un elemento que se nos esca­pa: algo intangible e indefinido que no podemos localizar, definir o analizar a pesar de que es ab­solutamente real, que está definido de un modo perfecto y de que existe sin duda alguna algo que ejerce inconfundible seducción.
Yo amo a la masonería. De ahí proviene, seguramente, el gran desencuentro que en más de una oportunidad tuve con mis hermanos, pues a ellos les mueve principalmen­te el interés de presentarse como personas importantes y respetables en función al cargo que les parece necesario desempeñar dentro de la Orden, sin darse cuenta que es precisamente lo que pretenden, la simple ilusión de la vida profana de la que nunca pudieron zafarse y trasladan los vicios de la profanidad al interior de las logias, donde se supone que los concurrentes deben estar a cubierto de lo profano.
Y sería risible, si no fuera tan trágico, el convencimien­to que tienen y sustentan en sus premisas estas personas. Pretender que en la masonería deban existir dictados originarios de otros Orientes, contradice por completo el sentido que debe quedar claro en la conciencia de los aprendices. Nadie tiene derecho a inmiscuirse en los problemas que puedan surgir en la familia Masónica y menos aún tomar partido por una u otra de las partes en conflicto. Somos HH;. y los problemas entre hermanos se resuelven dentro de la familia. Cualquier otro argumento es inaceptable, y habla a las claras de la pobreza conceptual en que se mantienen mu­chos HH:, que ostentan altos grados tanto en nuestro país como en el extranjero, de donde a veces vienen, a pedido de los MM:. locales, ya sea como benefactores, para limar asperezas, ya como adjudicadores de grados y reconoci­mientos tan afectos al espíritu mediocre de quienes com­ponen la masonería paraguaya actual.
¿Cuál es la causa de tanta degradación, de tanta deca­dencia?: la ignorancia.
Y en el Paraguay, ocurre dentro de la masonería lo que en toda la República: si durante los casi 35 años de dicta­dura el país se vio obligado a condescender con todo tipo de degradación moral para mantenerse a flote, lo que vino después resultó ser mil veces peor, porque si entonces los paniaguados eran unos cuantos consecuentes con el régi­men, los gobiernos posteriores a su caída dieron, hasta hoy, sobradas pruebas de continuar con los mismos esquemas precedentes, sólo que ampliando el campo de su perversi­dad, hasta tal punto de que quienes otrora sostuvieron la bandera de las reivindicaciones, no sólo la abandonaron sino que, con desfachatez propia de inescrupulosos, se su­maron al festín de los privilegiados, con el resultado de condenar a los demás, a los que decían representar y prote­ger -al pueblo, como dicen algunos con la boca llena-,a la cada vez más abyecta miseria que se exhibe impúdica ante nuestros ojos, en las calles, en las plazas, en las esquinas. Acostumbrados a ello, ya hemos perdido la capacidad de juzgar y evaluar la total pérdida de dignidad a que está sometida la nación, para convertirse ella misma en un Es­tado mendicante que no sabe hacer otra cosa que exten­der la mano de pordiosero para recibir la dádiva que varía desde varios millones de dólares a la mezquina pitanza de alguna moneda de 1.000 guaraníes que se acostumbra dar a los mendigos que buscan despertar la sensibilidad de la gente con los trucos más rebuscados e ingeniosos, a veces, que van de lo grotesco de una canción cantada en alaban­za a Jesús y la Virgen María a la elegante recepción de un cheque proveniente de Taiwán o de alguno de los bancos internacionales, participes y complacientes en aportar su dinero a los gobiernos de turno, sin preocuparse de su uti­lización, como haría cualquiera que pague determinados dineros a un siervo asalariado.
Así es la masonería de hoy. Cambió el ascendiente mo­ral por el acomodo político y económico. De ahí las nu­merosas crisis que explotan de tanto en tanto dentro de esa llaga que llaman masonería, sin tener la más remota idea de lo que ella significa y es en su contexto y, si nos re­mitimos al dicho latino, ab absurdum quot sequitur libet, no podemos menos que admirarnos de que sean los propios hermanos, que alguna vez empeñaron su palabra de ho­nor como caballeros y francmasones, quienes hoy respal­den a mezquinos intereses al elegir una u otra actitud ante las circunstancias que los rodean, siendo que la masonería señala un camino inequívoco a los profanos que eligieron acceder al templo en busca de los Aug: Mis:. de los cuales, casi me atrevo a afirmar, no descubrieron ninguno, por lo que siguen tan profanos como en el día de su iniciación, con el agravante de que faltaron a todos los juramentos que con tanta ligereza prestaron en la ceremonia de. iniciación y su exaltación a los grados sucesivos.
La filosofía masónica, al fin de cuentas, ¿es filosofía? Y me hago esta pregunta ex profeso, porque siempre fui un exigente intérprete que hasta ahora no encuentra el sen­tido real que va contenido en el Ars Structoria y porque pretendo que los hermanos se sumerjan en él.
Pero pronto me surge una duda: la masonería, ¿es una filosofía? El ser de la masonería es iniciático por ex­celencia y la filosofía un complemento que se le suma al concepto moral y operativo que tan bien trata Aldo Lavag­nini en sus diferentes manuales de los grados que estudia: los tres primeros simbólicos y los grados capitulares más importantes, el 4, el 9, el 14 y el 18, muchos de los cuales poseen una belleza que al menos a mí, me es subyugante.
Muchas veces, tropecé en mi carácter de instructor, con el reclamo reiterado de los hermanos que van acce­diendo a los grados capitulares de que no hay material de lectura para ellos. Y es cierto, porque fuera de los que mencioné de Lavagnini, solamente pude acceder a un rico material de estudio de los grados capitulares, elaborado por miembros del Supremo Consejo de Francia, donde a través de su revista Ordo ab Chaos, los G:.I:.de la 0:.y la de la Gran Logia de Francia, que gentilmente me envían su revista "Puntos de vista iniciáticos", que contienen pro­ductos muy elaborados y eruditos acerca tanto de los diferentes grados capitulares, la primera y del simbolismo, la segunda.
Todo lo que está escrito, se puede leer. Lo que no está escrito entra dentro del aspecto esotérico de la masonería, y es por eso que elegí arriesgarme en este tema poco con­currido y al que los H:.H:. prefieren mantener arrumba­do en alguna caverna del olvido, recubierto de todo tipo de capas que les autorice a sentirse seguros dentro de las dimensiones que conocen, dado que aquellas propuestas por la institución, hieren Su condición de meros juguetes de la ilusión periférica que es mucho más fácil de adminis­trar, porque es la profanidad disfrazada de masonería y los H:.H:. siguen siendo profanos recubiertos con un man­dil del cual ni siquiera conocen el significado.

R:.H:. AUGUSTO CASOLA, 33°
Or:. de Paraguay 
CÁMARA DE APRENDIZ,

LA MASONERÍA ESOTÉRICA