Uno se pregunta: ¿no es acaso la masonería la escuela del libre
pensamiento, esa carga de nuestra especie por haber probado del árbol de la
Ciencia del Bien y del Mal, que sigue siendo el condicionante de la dualidad de
seres en que está dividida la raza humana? Lo destacó con tanta clarividencia
P. Krislmamurti, citado por Lavagnini, cuando se refiere a la obra del hindú
como a un "librito áureo”: "sólo hay dos clases de personas, los que
saben y los ignorantes" y esta división se cumple de manera infalible
ante nuestros ojos. Basta tomarse algo de tiempo y nutrirse de paciencia, para
apreciar esta premisa en la actuación de las personas en general, en su diario
vivir y en los auto titulados masones en particular.
No pretendo ser un iluminado, mucho menos me mueve la vanidad de
considerarme un iniciado. Me conformo con ser lo que soy: un entusiasta
buscador del sentido iniciático de la masonería, que en ese proceso de
investigación descubrió muchos secretos y se acercó a algunos Aug:. Mis:.,
conoció con bastante profundidad el alma humana y vio que los masones
-iniciados simbólicos cuando mucho-, no se diferencian demasiado de aquellos
profanos que eran cuando llamaron por primera vez a la puerta del Templo.
Y creo poder afirmar, con poco margen de error, que a esta edad y si la
salud me acompaña -o en tanto me acompañe, debería decir con más propiedad-,
la vida promete numerosas satisfacciones y sorpresas, después de dar los dos
primeros pasos que lo acercan a uno a la iniciación real y en cuyo proceso se
me acortó el tiempo disponible porque a mí no me convence la posibilidad de un
renacimiento, ni en la reencarnación, que en tantas lecturas interesantes me
plantearon aquellos teósofos y orientalistas que enseñan esas cosas y a los que
durante mucho tiempo leí con interés y entusiasmo.
No, para mí es más que satisfactorio el poder escribir estas líneas, despreocupado
de mi propia transcendencia. Creo haber recorrido todo el camino, alternando
entre la posibilidad de una transcendencia espiritual y la simple aniquilación
de la materia, el barro del que estamos hechos todos y que tan bien y
claramente nos describe ese libro sabio muchas veces, mítico las más de ellas,
pero siempre interesante en el océano de conjeturas en que lo sumerge a un
lector atento, como es la Biblia. Y me refiero a ella porque pertenezco a una
cultura que basa sus conceptos en la Biblia, pese a que su interpretación
ofrece una variada gama de posibilidades, que al menos ahora, no viene al caso
analizar.
Señala Arthur E. Powell, en su libro La magia de la francmasonería que:
Todo el que siente los ideales de la Francmasonería se debe haber
preguntado alguna vez por qué esta Orden le atrae, y qué es lo que en ella le
retiene. En realidad somos muchos los que nos hacemos esa pregunta
continuamente, y formulamos respuestas que no afectan más que a los bordes del
problema, porque siempre hay un elemento que se nos escapa: algo intangible e
indefinido que no podemos localizar, definir o analizar a pesar de que es
absolutamente real, que está definido de un modo perfecto y de que existe sin
duda alguna algo que ejerce inconfundible seducción.
Yo amo a la masonería. De ahí proviene, seguramente, el gran desencuentro
que en más de una oportunidad tuve con mis hermanos, pues a ellos les mueve
principalmente el interés de presentarse como personas importantes y
respetables en función al cargo que les parece necesario desempeñar dentro de
la Orden, sin darse cuenta que es precisamente lo que pretenden, la simple
ilusión de la vida profana de la que nunca pudieron zafarse y trasladan los
vicios de la profanidad al interior de las logias, donde se supone que los
concurrentes deben estar a cubierto de lo profano.
Y sería risible, si no fuera tan trágico, el convencimiento que tienen y
sustentan en sus premisas estas personas. Pretender que en la masonería deban
existir dictados originarios de otros Orientes, contradice por
completo el sentido que debe quedar claro en la conciencia de los aprendices.
Nadie tiene derecho a inmiscuirse en los problemas que puedan surgir en la
familia Masónica y menos aún tomar partido por una u otra de las partes en
conflicto. Somos HH;. y los problemas entre hermanos se resuelven dentro de la
familia. Cualquier otro argumento es inaceptable, y habla a las claras de la
pobreza conceptual en que se mantienen muchos HH:, que ostentan altos grados
tanto en nuestro país como en el extranjero, de donde a veces vienen, a pedido
de los MM:. locales, ya sea como benefactores, para limar asperezas, ya como
adjudicadores de grados y reconocimientos tan afectos al espíritu mediocre de
quienes componen la masonería paraguaya actual.
¿Cuál es la causa de tanta degradación, de tanta decadencia?: la
ignorancia.
Y en el Paraguay, ocurre dentro de la masonería lo que en toda la
República: si durante los casi 35 años de dictadura el país se vio obligado a
condescender con todo tipo de degradación moral para mantenerse a flote, lo que
vino después resultó ser mil veces peor, porque si entonces los paniaguados
eran unos cuantos consecuentes con el régimen, los gobiernos posteriores a su
caída dieron, hasta hoy, sobradas pruebas de continuar con los mismos esquemas
precedentes, sólo que ampliando el campo de su perversidad, hasta tal punto de
que quienes otrora sostuvieron la bandera de las reivindicaciones, no sólo la
abandonaron sino que, con desfachatez propia de inescrupulosos, se sumaron al
festín de los privilegiados, con el resultado de condenar a los demás, a los
que decían representar y proteger -al pueblo, como dicen algunos con la boca
llena-,a la cada vez más abyecta miseria que se exhibe impúdica ante nuestros
ojos, en las calles, en las plazas, en las esquinas. Acostumbrados a ello, ya
hemos perdido la capacidad de juzgar y evaluar la total pérdida de dignidad a
que está sometida la nación, para convertirse ella misma en un Estado
mendicante que no sabe hacer otra cosa que extender la mano de pordiosero para
recibir la dádiva que varía desde varios millones de dólares a la mezquina
pitanza de alguna moneda de 1.000 guaraníes que se acostumbra dar a los
mendigos que buscan despertar la sensibilidad de la gente con los trucos más
rebuscados e ingeniosos, a veces, que van de lo grotesco de una canción cantada
en alabanza a Jesús y la Virgen María a la elegante recepción de un cheque
proveniente de Taiwán o de alguno de los bancos internacionales, participes y
complacientes en aportar su dinero a los gobiernos de turno, sin preocuparse de
su utilización, como haría cualquiera que pague determinados dineros a un
siervo asalariado.
Así es la masonería de hoy. Cambió el ascendiente moral por el acomodo
político y económico. De ahí las numerosas crisis que explotan de tanto en
tanto dentro de esa llaga que llaman masonería, sin tener la más remota idea de
lo que ella significa y es en su contexto y, si nos remitimos al dicho latino,
ab absurdum quot sequitur libet, no podemos menos que admirarnos de que sean
los propios hermanos, que alguna vez empeñaron su palabra de honor como
caballeros y francmasones, quienes hoy respalden a mezquinos intereses al
elegir una u otra actitud ante las circunstancias que los rodean, siendo que la
masonería señala un camino inequívoco a los profanos que eligieron acceder al
templo en busca de los Aug: Mis:. de los cuales, casi me atrevo a afirmar, no
descubrieron ninguno, por lo que siguen tan profanos como en el día de su iniciación,
con el agravante de que faltaron a todos los juramentos que con tanta ligereza
prestaron en la ceremonia de. iniciación y su exaltación a los grados
sucesivos.
La filosofía masónica, al fin de cuentas, ¿es filosofía? Y me hago esta
pregunta ex profeso, porque siempre fui un exigente intérprete que hasta ahora
no encuentra el sentido real que va contenido en el Ars Structoria y porque
pretendo que los hermanos se sumerjan en él.
Pero pronto me surge una duda: la masonería, ¿es una filosofía? El ser de
la masonería es iniciático por excelencia y la filosofía un complemento que se
le suma al concepto moral y operativo que tan bien trata Aldo Lavagnini en sus
diferentes manuales de los grados que estudia: los tres primeros simbólicos y
los grados capitulares más importantes, el 4, el 9, el 14 y el 18, muchos de
los cuales poseen una belleza que al menos a mí, me es subyugante.
Muchas veces, tropecé en mi carácter de instructor, con el reclamo
reiterado de los hermanos que van accediendo a los grados capitulares de que
no hay material de lectura para ellos. Y es cierto, porque fuera de los que
mencioné de Lavagnini, solamente pude acceder a un rico material de estudio de
los grados capitulares, elaborado por miembros del Supremo Consejo de Francia,
donde a través de su revista Ordo ab Chaos, los G:.I:.de la 0:.y la de la Gran
Logia de Francia, que gentilmente me envían su revista "Puntos de vista
iniciáticos", que contienen productos muy elaborados y eruditos acerca
tanto de los diferentes grados capitulares, la primera y del simbolismo, la
segunda.
Todo lo que está escrito, se puede leer. Lo que no está escrito entra
dentro del aspecto esotérico de la masonería, y es por eso que elegí
arriesgarme en este tema poco concurrido y al que los H:.H:. prefieren
mantener arrumbado en alguna caverna del olvido, recubierto de todo tipo de
capas que les autorice a sentirse seguros dentro de las dimensiones que
conocen, dado que aquellas propuestas por la institución, hieren Su condición
de meros juguetes de la ilusión periférica que es mucho más fácil de
administrar, porque es la profanidad disfrazada de masonería y los H:.H:.
siguen siendo profanos recubiertos con un mandil del cual ni siquiera conocen
el significado.
R:.H:. AUGUSTO
CASOLA, 33°
Or:. de Paraguay
CÁMARA DE APRENDIZ,
LA MASONERÍA ESOTÉRICA