Lo que sale de tu boca es lo que eres tú.
Si no honras tus palabras, no te estás honrando a ti mismo;
y si no te honras a ti mismo, no te amas.
Honrar tus palabras es ser coherente con lo que piensas y con lo que
haces.
Eres auténtico y te hace
respetable ante los demás y ante ti mismo.
Las palabras poseen una gran fuerza creadora, crean mundos, realidades y,
sobre todo, emociones. Con las palabras podemos salvar a alguien, hacerle
sentirse bien, transmitirle nuestro apoyo, nuestro amor, nuestra admiración,
nuestra aceptación, pero también podemos matar su autoestima, sus esperanzas,
condenarle al fracaso, aniquilarle. Incluso con nuestra propia persona: las
palabras que verbalizamos o las que pensamos nos están creando cada día. Las
expresiones de queja nos convierten en víctimas; las crítica, en jueces
prepotentes; un lenguaje machista nos mantienen en un mundo androcéntrico,
donde el hombre es la medida y el centro de todas las cosas, y las
descalificaciones auto-victimista (pobre de mí, todo lo hago mal, qué mala
suerte tengo) nos derrotan de antemano.
Si somos conscientes del poder de nuestras palabras, de su enorme valor,
las utilizaremos con cuidado, sabiendo que cada una de ellas está creando algo.
“Utiliza las palabras apropiadamente. Empléalas para compartir el amor.
Usa la magia blanca empezando por ti. Sé impecable con la Palabra“.
En cambio, en esta cultura del sí fácil, aunque a veces con la mejor
intención, se ha aprendido a mentir de forma indiscriminada y
con tal desfachatez que confunde; a incumplir promesas y compromisos
adquiridos, menospreciando los antiguamente sagrados acuerdos; a olvidar o
restarle importancia a lo comprometido o a modificarlo a conveniencia propia,
expresando de esta manera irresponsabilidad y falta de integridad. Por lo que
actualmente se dice: “las palabras se
las lleva el viento”, lo que significa que ellas ya no tienen el valor que representaban
antes. La palabra significaba entonces responsabilidad, fidelidad, lealtad,
seguridad, valor, garantía, compromiso, cumplimiento, seriedad, certeza,
confianza, credibilidad y honorabilidad. La palabra representaba el aval de las personas y con solo
comprometerla, la gente sentía esa certeza y seguridad de obtener lo que
quería.
La palabra es parte de la
integridad del hombre si partimos de la
base que integridad significa, “la coherencia entre lo que se piensa, lo que se
dice y lo que se hace”.
Mantener la palabra dada es importante, no solamente por respeto a quien
se la hemos ofrecido, sino por respeto a nuestros propios principios, al mismo
tiempo que el incumplimiento de la palabra expresa una enorme desconsideración
e irrespeto a aquellos que confiaron en nosotros, a la vez que compromete
nuestra seriedad y confiabilidad.
Las personas que se desintegran, que se dividen entre el pensar y el
expresar y entre el expresar y el hacer, no son personas que pueden honrar su palabra. Quienes en forma repetida no
honran su palabra, cada vez se hacen más pequeños, se van autodestruyendo y
llega un momento en que su palabra y, por tanto, su persona, vale cada vez menos. Sirve de muy poco ser
muy inteligente, saber mucho, hablar y escribir bello y ser un mentiroso,
tránsfuga, demagogo y hasta decir palabras verdaderas, si no existe una unidad
con su conducta.
Las personas conocidas porque honran su palabra, lo que más cuidan
es lo que dicen, lo que ofrecen, porque
cuando expresa o pide algo, se sabe que lo va a cumplir. No cumplir lo ofrecido
es empobrecer la imagen que se tiene de uno mismo.
Por lo tanto recuperar el valor de la palabra, que nos define como personas con principios , es
el desafío. Al honrar con hechos la
palabra empeñada , con la perseverancia de la gota que orada la piedra, es
posible ir transformando la cultura de la excusa por la del cumplimiento de la
palabra empeñada.