sábado, 20 de abril de 2013

Honrar la palabra



Lo que sale de tu boca es lo que eres tú.
Si no honras tus palabras, no te estás honrando a ti mismo;
y si no te honras a ti mismo, no te amas.
Honrar tus palabras es ser coherente con lo que piensas y con lo que haces.
Eres auténtico  y te hace respetable  ante los demás  y ante ti mismo.

Las palabras poseen una gran fuerza creadora, crean mundos, realidades y, sobre todo, emociones. Con las palabras podemos salvar a alguien, hacerle sentirse bien, transmitirle nuestro apoyo, nuestro amor, nuestra admiración, nuestra aceptación, pero también podemos matar su autoestima, sus esperanzas, condenarle al fracaso, aniquilarle. Incluso con nuestra propia persona: las palabras que verbalizamos o las que pensamos nos están creando cada día. Las expresiones de queja nos convierten en víctimas; las crítica, en jueces prepotentes; un lenguaje machista nos mantienen en un mundo androcéntrico, donde el hombre es la medida y el centro de todas las cosas, y las descalificaciones auto-victimista (pobre de mí, todo lo hago mal, qué mala suerte tengo) nos derrotan de antemano. 
Si somos conscientes del poder de nuestras palabras, de su enorme valor, las utilizaremos con cuidado, sabiendo que cada una de ellas está creando algo.  
“Utiliza las palabras apropiadamente. Empléalas para compartir el amor. Usa la magia blanca empezando por ti. Sé impecable con la Palabra“. 
En cambio, en esta cultura del sí fácil, aunque a veces con la mejor intención,  se ha  aprendido a mentir de forma indiscriminada y con tal desfachatez que confunde; a incumplir promesas y compromisos adquiridos, menospreciando los antiguamente sagrados acuerdos; a olvidar o restarle importancia a lo comprometido o a modificarlo a conveniencia propia, expresando de esta manera irresponsabilidad y falta de integridad. Por lo que actualmente se dice:  “las palabras se las lleva el viento”, lo que significa que ellas ya no tienen el valor que representaban antes. La palabra significaba entonces responsabilidad, fidelidad, lealtad, seguridad, valor, garantía, compromiso, cumplimiento, seriedad, certeza, confianza, credibilidad y honorabilidad. La palabra representaba  el aval de las personas y con solo comprometerla, la gente sentía esa certeza y seguridad de obtener lo que quería. 
La palabra es parte de  la integridad  del hombre si partimos de la base que integridad significa, “la coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace”.
Mantener la palabra dada es importante, no solamente por respeto a quien se la hemos ofrecido, sino por respeto a nuestros propios principios, al mismo tiempo que el incumplimiento de la palabra expresa una enorme desconsideración e irrespeto a aquellos que confiaron en nosotros, a la vez que compromete nuestra seriedad y confiabilidad. 
Las personas que se desintegran, que se dividen entre el pensar y el expresar y entre el expresar y el hacer, no son personas que pueden honrar  su palabra. Quienes en forma repetida no honran su palabra, cada vez se hacen más pequeños, se van autodestruyendo y llega un momento en que su palabra y, por tanto, su persona,  vale cada vez menos. Sirve de muy poco ser muy inteligente, saber mucho, hablar y escribir bello y ser un mentiroso, tránsfuga, demagogo y hasta decir palabras verdaderas, si no existe una unidad con su conducta. 
Las personas conocidas porque honran su palabra, lo que más cuidan es  lo que dicen, lo que ofrecen, porque cuando expresa o pide algo, se sabe que lo va a cumplir. No cumplir lo ofrecido es empobrecer la imagen que se tiene de uno mismo. 
Por lo tanto recuperar el valor de la palabra, que  nos define como personas con principios , es el desafío. Al honrar  con hechos la palabra empeñada , con la perseverancia de la gota que orada la piedra, es posible ir transformando la cultura de la excusa por la del cumplimiento de la palabra empeñada.