La más grande de todas las fuerzas espirituales que eleva al hombre muy por encima de su propia naturaleza animal y de toda ilusión, es el conocimiento de la Verdad. Esto no quiere decir la comprensión de alguna teoría, sino la realización de la Verdad en el hombre mismo, sin ninguna referencia a sus opiniones, teorías, su fantasía y su presunción. Lo que somos nosotros mismos, lo sabemos luego que lo reconocemos realmente, y no necesitamos para ello ninguna “explicación”.
Todas las explicaciones y teorías sirven tan sólo para librarnos de los errores que nos impiden conocer la Verdad; el conocimiento verdadero no puede obtenerse por el mero saber, sino por el llegar a ser.
Nadie puede revelar la verdad a otro hombre; sólo la Verdad misma se revela. Así como en el reino zoológico un animal se alimenta con otro, así también en el plano intelectual se alimenta el hombre de los frutos que otro ha producido en el jardín de sus pensamientos. El Espíritu de Dios es libre, y el hombre en quien ha llegado a la conciencia de la Sabiduría, vive en el Conocimiento de la Verdad, superior a todas las opiniones y teorías transitorias, en su Yo propio infinito e inmortal.
A semejante estado no puede uno llegar por medio de la fantasía, sino que se puede alcanzar tan sólo por la manifestación de esta fuerza espiritual interna. La obscuridad no puede por sí misma producir luz alguna. Si se manifiesta la luz, desaparece la obscuridad.
Del mismo modo no puede proceder de la presunción del hombre ninguna sabiduría; si la Sabiduría se manifiesta, desaparecen la presunción y las opiniones necias. Por tanto, la Sabiduría es una fuerza que vence a la necedad.
Una seguridad presuntuosa de que sea verdadera tal o cual cosa, aunque descanse en las mejores bases, no es de ningún modo el conocimiento propio de la Verdad. La Verdad no es conocida del hombre, sino cuando se realiza en él mismo, es decir, cuando se revela en su autoconciencia como fuerza viva, y se ha armonizado con Ella, de modo que puede decir en verdad, no sólo “Yo reconozco lo que es verdadero”, sino también “Yo soy la Verdad misma”.
Esto no quiere decir que no se deba escuchar ninguna teoría ni que sea preciso rechazar ciegamente la opinión de otro. La teoría verdadera es el medio para la práctica acertada, mas no es el Conocimiento mismo.
La primera condición para el conocimiento de la esencia de cualquiera fuerza o calidad, es la posesión de la misma. Reconocemos los efectos de las fuerzas exteriores que nosotros mismos no poseemos, más no su esencia. Para conocer la esencia de una cosa, es preciso que sea una parte de nuestra propia esencia que percibimos; pues una cosa puede reconocer tan sólo aquello que le es semejante; nadie puede tener conciencia propia de cosa alguna sino de sí mismo y de lo que incluye en sí misma. Nadie puede saber qué es el hambre, si no la ha sentido nunca; nadie conoce el amor sino aquel que lo posee; lo inconsciente no comprende a la conciencia, ni la muerte a la vida. Es inútil argüir acerca de la posibilidad de que existe una forma de conciencia superior a la ordinaria, con aquellos que no la conocen, porque no existe para ellos en tanto que no poseen ni perciben cosa alguna superior.
Todas las explicaciones y teorías sirven tan sólo para librarnos de los errores que nos impiden conocer la Verdad; el conocimiento verdadero no puede obtenerse por el mero saber, sino por el llegar a ser.
Nadie puede revelar la verdad a otro hombre; sólo la Verdad misma se revela. Así como en el reino zoológico un animal se alimenta con otro, así también en el plano intelectual se alimenta el hombre de los frutos que otro ha producido en el jardín de sus pensamientos. El Espíritu de Dios es libre, y el hombre en quien ha llegado a la conciencia de la Sabiduría, vive en el Conocimiento de la Verdad, superior a todas las opiniones y teorías transitorias, en su Yo propio infinito e inmortal.
A semejante estado no puede uno llegar por medio de la fantasía, sino que se puede alcanzar tan sólo por la manifestación de esta fuerza espiritual interna. La obscuridad no puede por sí misma producir luz alguna. Si se manifiesta la luz, desaparece la obscuridad.
Del mismo modo no puede proceder de la presunción del hombre ninguna sabiduría; si la Sabiduría se manifiesta, desaparecen la presunción y las opiniones necias. Por tanto, la Sabiduría es una fuerza que vence a la necedad.
Una seguridad presuntuosa de que sea verdadera tal o cual cosa, aunque descanse en las mejores bases, no es de ningún modo el conocimiento propio de la Verdad. La Verdad no es conocida del hombre, sino cuando se realiza en él mismo, es decir, cuando se revela en su autoconciencia como fuerza viva, y se ha armonizado con Ella, de modo que puede decir en verdad, no sólo “Yo reconozco lo que es verdadero”, sino también “Yo soy la Verdad misma”.
Esto no quiere decir que no se deba escuchar ninguna teoría ni que sea preciso rechazar ciegamente la opinión de otro. La teoría verdadera es el medio para la práctica acertada, mas no es el Conocimiento mismo.
La primera condición para el conocimiento de la esencia de cualquiera fuerza o calidad, es la posesión de la misma. Reconocemos los efectos de las fuerzas exteriores que nosotros mismos no poseemos, más no su esencia. Para conocer la esencia de una cosa, es preciso que sea una parte de nuestra propia esencia que percibimos; pues una cosa puede reconocer tan sólo aquello que le es semejante; nadie puede tener conciencia propia de cosa alguna sino de sí mismo y de lo que incluye en sí misma. Nadie puede saber qué es el hambre, si no la ha sentido nunca; nadie conoce el amor sino aquel que lo posee; lo inconsciente no comprende a la conciencia, ni la muerte a la vida. Es inútil argüir acerca de la posibilidad de que existe una forma de conciencia superior a la ordinaria, con aquellos que no la conocen, porque no existe para ellos en tanto que no poseen ni perciben cosa alguna superior.