martes, 17 de agosto de 2010

Humildad: Virtud olvidada


QQ:.HH:., por masonería entendemos “el estudio de la filosofía moral para conocer la práctica de las virtudes” por lo que uno de los fines principales del Grado de Aprendiz es mostrarle al iniciado lo que es el vicio para que lo deteste y lo que es la virtud para que la practique. Así, buena parte de los trabajos de aprendiz se dirigen a éste fin y abordamos virtudes como la fuerza o la sabiduría u otras como la rectitud y la constancia, o algunas más conocidas como son la fe o la esperanza. Sin embargo a menudo nos olvidamos de una virtud que es fundamental. Ya que por un lado, es en buena medida precursora de la tolerancia y permite que exista una mayor armonía, fraternidad y unión entre las personas. Y por otro, es la que nos predispone a la comprensión y al aprendizaje. Es decir, nos permite ser verdaderos aprendices. Esta virtud de la que hablamos, se llama humildad.
Algunos piensan que la humildad es simplemente sencillez. Sencillez en el hablar, sencillez en el vestir, sencillez en el trato. Sin embargo si bien la sencillez es un efecto de la humildad no necesariamente el que es sencillo es humilde. Según el diccionario, la humildad es una virtud que consiste en obrar conforme al conocimiento de las propias limitaciones y debilidades. En nuestra Liturgia del Grado de Aprendiz únicamente se menciona que “la desnudez de vuestra rodilla derecha patentiza la humildad” sin más explicación. Parecería extraño que una virtud tan preciada no mereciera mayor mención, sin embargo hasta en esto se encierra una enseñanza, ya que nuestra liturgia está impregnada de bellas lecciones de humildad sin siquiera mencionarlo. Tal es la modestia que debe corresponder a dicha virtud, pues la humildad no se pregona. Pregonarla la invalida, ya que nos auto-revestimos de una virtud antes de que tal nos sea reconocida. No es humilde el que dice serlo sino el que lo demuestra.
La humildad, además del conocimiento de nuestras propias limitaciones y debilidades, es el reconocimiento de la igualdad que guardamos con nuestros semejantes, uno de los principios rectores de nuestra Augusta Institución. Es el reconocimiento de que dentro de nuestra diversidad y naturales diferencias, todos somos iguales en esencia y dignidad, por lo que merecemos el mismo respeto y consideración. Es el reconocimiento de que todos somos imperfectos, de que todos tenemos luces y sombras, vicios y virtudes. Qué cada uno de nosotros tenemos distintas experiencias, conocimientos, cualidades y habilidades, y que si bien podemos superar a alguien en algún aspecto, ese alguien nos puede superar en muchos otros distintos. Es el reconocimiento de que todos tenemos mucho que aprender de los demás y algo que enseñar, independientemente de nuestro grado, cargo o dignidad masónica, e independientemente de nuestro título y posición social o económica en el mundo profano. Ya que “para nosotros nada valen las riquezas y los títulos que seducen al hombre”, como lo indica el despojo de nuestro dinero y alhajas durante la ceremonia de iniciación. En este mismo aspecto nuestra Augusta Institución también nos da una maravillosa lección al no admitir entre nosotros más título que el de Q:.H:. y el que nos corresponda en razón de nuestra responsabilidad dentro de la Orden.
La humildad es lo contrario a la soberbia y nada tiene que ver con nuestro nivel socioeconómico o cultural. Pues tan humilde puede ser el rico, como soberbio el pobre, o tan soberbio el ignorante, como humilde el instruido y viceversa. Tampoco consiste en aparentar algo que no somos. Sino en no hacer ostentación de lo que poseemos, ya sean bienes materiales o inmateriales. El ser humilde, se demuestra en nuestras actitudes. Es humilde el que reconoce sus errores y hace lo posible por enmendarlos; no aquel que se obstina en el error o se empeña en corregir a los demás antes que a sí mismo. Es humilde el que “cede con complacencia y manda sin acritud”; no aquel que es autoritario e impositivo. Es humilde el que “deja hablar a los Hombres” y escucha con verdadero interés de entender y aprender; no aquel que no deja hablar y solo se escucha a sí mismo. Es humilde el que “no juzga ligeramente las acciones de los demás, condenándolas o perdonándolas”; no aquel que hace juicios a priori sin escuchar lo que todos los involucrados tienen que decir. Es humilde el que “habla con respeto y prudencia” a los demás, y guarda silencio cuando no tiene nada positivo que decir; no aquel que habla continuamente sin medir sus palabras ni sopesar el alcance de las mismas.
QQ:.HH:., en nuestra Augusta Institución tan proclive a la pompa de los títulos y jerarquías, a veces nos envanecemos y nos olvidamos de ésta preciada virtud. Tendemos a pensar o a actuar como si nuestros cargos o nuestros grados nos hicieran mejores que el resto de nuestros QQ:.HH:., siendo que ni el grado ni el cargo nos hacen ni más sabios ni más virtuosos, ni tampoco son garantía de conocimiento. Actuamos como si en razón de ellos, nuestros QQ:.HH:. nos debieran algo y exigimos obediencia y pleitesía irrestricta. Siendo que es lo contrario, nosotros les debemos a nuestros QQ:.HH:. la gracia y el honor de que nos hayan distinguido otorgándonos dichos cargos o grados, incluso inmerecidamente o sin estar preparados para recibirlos. También en ocasiones nos envanecemos de nuestros propios conocimientos masónicos y tendemos a pensar que los de los demás están equivocados porque son distintos, siendo que la masonería en muchos de sus aspectos es más un arte interpretativo que una ciencia exacta y tiene variaciones muy amplias desde lo que son usos y costumbres, leyes y reglamentos hasta la interpretación de nuestros símbolos y alegorías. O incluso en ocasiones nos sentimos poseedores de la verdad, siendo que ésta nadie la posee en su totalidad, sino que cada quien alcanza a percibir tan solo un fragmento que pudiera ser distinto al de los demás.
Estas actitudes negativas también se reflejan en el mundo profano, cuando pensamos que el hecho de ser masones nos da un estatus de superioridad respecto a los que no lo son y “el porte amable, justo y virtuoso que nos debe caracterizar”, producto de las enseñanzas y seguridad que nos brinda el ser miembros de nuestra Augusta Institución, se transforma en franca arrogancia que no pasa desapercibida al ojo profano.
QQ:.HH:., quizá un servidor no sea el más indicado para dar lecciones de humildad, pues no he estado, ni estoy exento de vanidad, soberbia y presunción. Sin embargo me atrevo a reflexionar e invitarlos a la reflexión: “QQ:.HH:. no hagamos de la humildad una virtud olvidada”.
Fraternalmente
Q:.H:.Nasreddin Juan Morcos Morales